En Buscando a Nemo, el papá del pez payaso perdido se topa con un grupo de tiburones que se volvieron hervíboros, amables. Se enorgullecen de ello en su terapia grupal hasta que una gota de sangre que brota de un golpe accidental deriva en que uno de ellos reaccione según su instinto e intenta devorarse a los coprotagonistas del film infantil.
Este River de Gallardo se parece muchísimo a esos tiburones soft de Disney. No asusta. No muerde. Y, a diferencia del depredador de la película que recupera su apetito al aspirar los glóbulos rojos, sin importar quiénes sean sus intérpretes este equipo tiene a la presa delante y la merodea con benevolencia. Y pierde una y otra chance de cenársela. Como si no se tratara de una obra de su autor.
No es casual que el mismo Gallardo que después de perder con Estudiantes admitió su “ilusión de que el equipo encuentre su mejor versión” pasara a advertir que “estamos a tiempo de cambiar”.
Reclamando “tener personalidad para reponernos de un arranque adverso” e “inesperado”: el Muñeco entendía que nueve partidos -entre ellos, la final ante Talleres- alcanzarían para transicionar del carreteo al despegue. Con un déficit preocupante: la ausencia de “energía para afrontar estas finales”, inadmisible en el copyright MG.
Cambiar, pues, es la receta obvia. Qué retocar es lo más complejo. El Muñeco enumeró ciertos déficits resumidos en la necesidad de “hacerse cargo”. Adoptar el protagonismo casi hegemónico del partido, inducir errores para capitalizarlos, atosigar hasta ahogar al adversario y convertirle.
Una fórmula que sus antiguos River siguieron con mayor o menor éxito, pero identificó al sello Gallardo durante sus primeros ocho años de gestión. Y que representaba a la gente. Esa misma que perdió la paciencia y ha hecho del “movete, River, movete” un reclamo con cada vez más bises.
Qué, cómo y dónde
Ahora bien: en algún momento Gallardo deberá elegir si cambia de estilo o de intérpretes. Porque hasta aquí hay factores que no hacen match con la propuesta de ser incandescente y dinámico en el último tercio: el factor edad (29,2 años de promedio, el más alto del Apertura), algunos biotipos (un ejemplo: Borja no es un 9 del estilo histórico de MG) y/o los rendimientos declinantes conspiran contra ese ritmo frenético que teoriza MG. Quien no ha dudado en pasar el cutter por los apellidos más ilustres.
La ausencia de Ignacio Fernández -integrante del poster de Madrid- de la lista para ir a San Juan tuvo un peso simbólico: nadie es inmune al recambio a menos que ofrezca soluciones.
No lo fue Leandro González Pirez (se ausentó en la misma nómina que Nacho) ni un desconocido Marcos Acuña, quien si bien siempre fue tenido en consideración perdió la titularidad con Milton Casco.
Es por eso que no sería extraño que esa decisión de excluir a peso pesados de una convocatoria se repita con otros futbolistas de inobjetable jerarquía aunque escasa performance. Y quienes están, además, en el foco de la crítica. Como un Manuel Lanzini falto de confianza y de foco, un Facundo Colidio desacomplado de las necesidades (definición algo light al travesaño en el tiro que pudo darle el título a River), un Maximiliano Meza discontinuo, un Santiago Simón con poco vigor o un Matías Kranevitter que no se impone en una posición que no tiene otra alternativa para Enzo Pérez -al menos, no hasta que se cierre el pase de Kevin Castaño.
“Hay que ver los nombres y resolver cuáles son las formas y el punto de cada futbolista para plasmar lo que queremos”, resumió Gallardo tras el shock en Asunción.
En el mismo tono enfatizó que “el futbolista tiene que entender y el mensaje a transmitir debe ser otro”. Con elegancia, admitió que quienes vienen jugando con mayor continuidad no consiguieron representar el ADN. Y eso debe cambiar aun si el técnico se inclina por reformular desde la raíz su esquema y su búsqueda.
Con la chance latente de que sí tengan mayor flujo de acción los juveniles que sienta preparados: así como ya les dio minutos a Santiago Lencina, Franco Mastantuono e Ian Subiabre, podría ocurrir con otros talentos ya scouteados como también Agustín Obregón (todavía no fue convocado).
La idea no cambia
Gallardo tiene algo en claro: no desea eliminar el protagonismo ni la agresividad como patrones identitarios de su River. Y es ahí donde queda en jaque la idea de mantener en cancha a quienes no están dándole la “fiereza” que supo reclamar en los primeros partidos. Y recomponer a un equipo a tiempo, antes de que comience el primer desafío de alta gama: la fase de grupos de la Libertadores.
Con poco menos de un mes por delante. Y mucho por corregir. Con excepción de la zona defensiva: por primera vez en mucho tiempo al equipo le convierten poco aun cuando le llegan. Y eso coincide con la competencia de alta gama que tiene en la banda derecha (Montiel/Bustos) y en la zaga (Paulo Díaz, Martínez Quarta y Pezzella). Algo que no se replica en otras fases del juego.
Gallardo sabe que esta vez la presión es distinta y deberá lidiar con ella. Entiende que la irregularidad pone bajo la lupa un mercado de pases de chequera elástica -cuando se concrete la operación por Castaño la inversión total rozará los u$s 30 millones- que no brindó soluciones inmediatas. En este contexto, cambiar es tan urgente como importante para que este antiguo predador recupere el apetito. Y el juego.

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Fuente: Olé.com.ar
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