Dos científicas del CONICET brindan un servicio tecnológico a empresas que deseen garantizar que sus productos no tienen efectos perjudiciales sobre la salud reproductiva femenina y masculina, y para hacerlo, utilizan un método que no involucra experimentación con animales.
Resulta que, para comercializar sus productos en Argentina, se les exige a las empresas realizar ensayos de corrosión dérmica, ocular e inhalatoria, pero no son obligatorias las que indican si alguno de sus componentes podría ser perjudicial para la fertilidad.

“A diferencia de los testeos regulares, que tienen que ver con irritación o reacciones alérgicas, estos no son efectos inmediatos o fáciles de visualizar. Pueden pasar años y es muy difícil que alguien atribuya su dificultad para concebir un embarazo o la pérdida de gestaciones al uso prolongado de una crema o un medicamento, por ejemplo. De esta forma, las marcas pueden añadir un plus a la calidad de sus productos asegurando que no tienen efectos nocivos para la salud reproductiva”, explican Noelia Nikoloff y Ana Carranza-Martin, las investigadoras a cargo de los testeos, que se dedican a la biotecnología aplicada a la reproducción animal.
Estas pruebas se llaman in vitro de toxicidad reproductiva y las realizan a través del Servicio Tecnológico de Alto Nivel (STAN) en el Instituto de Genética Veterinaria (IGEVET, CONICET-UNLP). La idea es hacérselas a empresas del sector cosmético y de artículos de uso personal, pero también a aquellas vinculadas a los agroquímicos, medicamentos, insumos médicos y hasta de alimentos.
Estos estudios evalúan los posibles efectos tóxicos durante las primeras fases del ciclo reproductivo, o sea, en los óvulos y espermatozoides, en la fecundación y luego en el desarrollo embrionario temprano. “Los procedimientos que realizamos son los que se llevan adelante para la fecundación in vitro tanto animal como humana; se trata de pruebas ya validadas a nivel mundial pero que adaptamos y pusimos a punto en nuestro espacio de trabajo”, indica Nikoloff.
Así, dan cuenta de una eventual toxicidad que se traduce en el daño del ADN del ovocito, o de un mayor estrés oxidativo, un desequilibrio químico que dificultará sus posibilidades de ser fecundado.

“En los espermatozoides, analizamos si existe deterioro de la membrana o está afectada la motilidad, que es la capacidad para moverse rápido y en forma recta”, explican. Y lo mejor de todo esto es que no necesitan experimentar con ánimales para comprobarlo: los ensayos se realizan con células bovinas obtenidas de ovarios que son deshechos de frigoríficos locales y espermatozoides criopreservados.
“Lo interesante de las pruebas que realizamos es que no implican solamente buscar los efectos negativos, sino que también medimos qué pasa a distintas concentraciones y entonces podemos determinar los límites hasta los cuales esos compuestos –parabenos, ftalatos y la Benzofenona 3– se pueden utilizar sin ser perjudiciales para la salud”, afirman las investigadoras.
Fuente: Xataka.com.ar
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