A fines de 2017, Millonarios de Colombia definía el título frente a su clásico bogotano, como visitante de Independiente Santa Fe, y ahí estaba Miguel, en el banco, al costado de la cancha, acompañando a los suyos en lo que sería una gloriosa vuelta olímpica de ese club después de cinco años sin títulos.
Después reveló el diagnóstico de cáncer que le habían dado y contó que ese día había ido a la cancha luego de una sesión de quimioterapia y contra consejo médico. Allí dijo la frase: “Todo se cura con amor”.
Al año siguiente tuvo una importante cirugía y desde entonces peleó apasionadamente, sometido a continuos controles y más tratamientos, sin interrumpir su carrera.
Fue a Perú, Paraguay, hizo su segundo ciclo en Boca (2020, campeón), Arabia.
La pelea continuaba y era cada vez más desigual, pero él desoía toda sugerencia de reducir el estrés, los viajes, los rigores del trabajo a la intemperie. Volvió a su querido Central (campeón 2023), donde a veces se lo veía disimular el pelo raleado por los rayos del tratamiento con una boina; se metió en el despelote que era San Lorenzo y lo llevó más lejos de lo que nadie imaginaba; aceptó el reto mayor del regreso a Boca.
En especial después del Mundial de Clubes se notaba decaer su imagen y sus fuerzas. Pero no había Cristo que lo convenciera de bajarse de su cargo y de su lucha.
Nadie puede decir hoy que los nervios, las emociones y el frío del invierno en la cancha no le prolongaron la vida en vez de acortársela. Nadie puede decir que el enorme afecto que recibió en todo este último tiempo no lo hizo irse más feliz, íntegro, orgulloso de sí mismo.
Fue el último legado de este personaje del fútbol, alguien que sembró por todas partes y dejó la imagen final de un gladiador al que nadie le podía imponer cuándo irse a descansar.

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Fuente: Olé.com.ar
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