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David Lebón en primera persona

david-lebon-en-primera-persona David Lebón en primera persona

Publicaron su autobiografía «La magia de estar aquí»

né tocando con Billy. Lo vi a Pappo, terminé tocando con Pappo. Lo vi a Luis, terminé tocando con Luis. Lo vi a Charly, terminé tocando con Charly”. Con Bond, en La Pesada. Con Napolitano, en los volúmenes I y IV de Pappo`s Blues. Con Spinetta –de quien aprendió amar profundamente el arte- en Pescado Rabioso y ciertos discos solistas. Y con García, en Serú Girán, y los últimos días de Sui Generis. Al cabo, todo rockero que se precie sabe de su itinerario. De su aporte al rock argentino. De lo que no se conoce tanto, tal vez, es del hombre que está detrás del guitarrista, cantante y compositor que hizo todo eso.

Seguramente estará David, hoy, en su día y con los suyos, rememorando secuencias de esas que lo han nutrido, ha gozado o le han dolido. Pero su generosidad, al igual que una memoria que se va gastando, acaba de lograr que el resto de los mortales también tenga acceso a ellas. A las musicales, claro. Pero también a otras vinculadas a pasajes existenciales. Por ello acaba de publicar (editorial Planeta mediante y con una ayudita del periodista Marcelo Fernández Bitar) un libro contado en primera persona, bajo un título que calza justo: La magia de estar aquí. “Estoy perdiendo un poco la memoria, y quiero dejar mi vida escrita antes de perderla totalmente”, admite en la intro de un libro que, como bien advierte su amigo y compañero de ruta Pedro Aznar en el prólogo, habla de un ser que ha vivido y vive entre “anhelos de trascendencia” y “traspiés cotidianos”.

Traspiés cotidianos feos pero superables narra pues David. Dormir con Pappo y Ciro Fogliatta –época Gatos- en la Plaza Mayor de España y que los mojaran “con valija y todo” cuando los muchachos de la limpieza pasaban a lavar las calles es uno. Ser picaneado por la policía, tras ser detenido después de un show con el “Carpo” en el Luna Park, otro. Sufrir esos ataques de asma fortísimos que lo habían obligado a migrar a Estados Unidos a los 15 años o atravesar momentos bravos con el alcohol y la cocaína, durante diversos momentos de su travesía existencial, cuentan también.

Las palabras de David atrapan, intentan conjurar, traspiés cotidianos más jodidos. Más difíciles de superar. Hechos trágicos que el músico atravesó y que también enfrenta en las páginas de La magia de estar aquí. Ver morir a su padre de 42 años, cuando él tenía apenas 8. “Me tenía de la mano y de pronto dejó de respirar, pero no me soltaba el brazo. No me asusté, pero quizás ahí arrancó mi trauma con la claustrofobia”. Soportar años después que su hija Nayla de ocho meses se quemara, y la tuvieran que operar 18 veces, y sufrir porque -a excepción de Spinetta- pocos músicos hayan ido al hospital de niños, donde la nena estuvo un año en terapia intensiva mientras Serú Girán grababa Bicicleta. “Charly vino y se fue enseguida. Hasta me pidió una guita que le debía, porque no sabía qué decirme”. Otro hecho complejo -el más- fue la muerte de su hija Tayda. “Cayó en el pozo y estaba tomando anfetaminas, la peor de todas las pastillas. Me pedía guita todo el tiempo, y yo no sabía para qué era. Se estaba matando, aunque yo no quería aceptarlo. Al final, murió por un accidente, pero me parece que no aguantó más”.

Fuerte y en coincidencia con el título del libro, su vida. No hubiese sido mágico llegar vivo y bien a los 73 años sin esa equidistancia vital entre traspiés y trascendencias que lo ayudó a capear con sabiduría los dramas que le tocó vivir. O sin la existencia de dos personajes a su alrededor que bancaron la parada afectiva. Que aparecen y reaparecen durante todo el libro. Uno es su madre Alexandra, una china, hija de rusos escapados de la guerra, espía y paracaidista en la Segunda Guerra Mundial. “En el que iba a ser su último salto, cayó justo en medio de un campo de concentración alemán. La agarraron, quedó presa y la torturaron. Era invierno y nevaba, así que le daba un par de besos a un tipo que a cambio le pasaba heroína para pasar el hambre (…) A los pocos meses la liberaron y ahí mismo mi vieja agarró un revolver y mató a los tres o cuatro nazis que la habían torturado”, cuenta de su madre quien –recuerda David- tuvo muchos novios. Hasta salió con el “Indio” Comanche, su ídolo de “Titanes en el Ring”, solamente para que el niño David lo conociera. “Un día se abrió la puerta de afuera del jardín, vi entrar a dos personas y eran mi mamá con el `Indio` Comanche. ¡Se lo levantó para que yo lo conociera! (…) La amaba muchísimo, era una diosa en todo sentido”.

El otro personaje clave en la vida del ruso encaja bien con esos anhelos de trascendencia que remarca Aznar: Prem Rawat. “Con Prem encontré lo que tenía que encontrar. Dejé todas las pesadillas y las cosas que en realidad me alejaban de esto que hago”, confiesa el músico sobre el maestro espiritual hindú que eligió como guía. Que lo llevó por los caminos del yoga, la meditación y el destino como explicación última de la existencia. “No podés escapar al destino. Cuando te llama y te toca la espalda andá, porque es lo que tiene que pasar”.

Por supuesto que el lado humano ensambla con el musical… es parte de lo mismo, al cabo. Sopesa con los momentos oscuros de la vida de Lebón un animado anecdotario musical. Una de Pappo, cuando éste fue al departamento de Pedrito Rico en España, y lo agarró del cogote al cantante para sacarle dos gemelos. “Norberto era realmente un gran tipo y tenía amigos que lo amaban. Era buenazo, y también podía ser un duro”. Otra, durante el retorno de Serú en 1992, cuando David le dijo a Charly que se creía Prince ¡pero tenía menos swing que un ladrillo! Y una tercera que viene de su adolescencia: vio a Los Beatles en el Shea Stadium de Nueva York. “Cuando los vi entrar pasó algo que no sentí nunca en mi vida; me asusté, porque hasta los tipos gritaban como locos. ¡Algunas personas se desmayaban, entraron ambulancias y policías! A mitad del show me quise ir porque me agarró claustrofobia”, cuenta el violero que también vio en vivo a James Brown, Beach Boys, Hendrix, Frank Zappa y hasta zapó con Carmine Appice, de Vanilla Fudge.

Durante las 144 páginas de La magia de estar aquí tampoco faltan historias de canciones. Que “Hansen”, de Pappo`s Blues I se llama así, porque el “Carpo” le gritaba a los perros eso “y los perros se iban”. Que la frase “vuelve a mí, yo soy la vida”, de “Hombre de mala sangre” se vincula a la búsqueda de conexión con Dios. Que vomitaba cada vez que tocaba en vivo el “Tema de Seleste”. Que la frase “Hasta las arañas me cuidan” de “Casas de arañas” es por los artrópodos que aparecían de noche en el borde del techo de su casa. Que hay un tema larguísimo de Serú Girán que la banda grabó pero jamás editó llamado “Paraguayan Jazz”. Y que parte de la letra de “José Mercado” habla de algunos seguidores chantas de su amado Prem.

Fuente: Página12

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