En La Llorería se afronta la crónica de una ruptura amorosa mezclada con un viaje iniciático por Latinoamérica. Y la experiencia de una escritura a presión, entre la memoir y el diario íntimo.
Cuando Martín Sivak supo que su padre se había arrojado al vacío corrió, se tiró a la pileta del fondo de la casa y se quedó sumergido, aguantando la respiración. Era 1990 y tenía 15 años. Martín Sivak se convirtió en periodista, editor, escritor y padre. A sus 42 años después de haber publicado libros de investigación periodística sobre Evo Morales, Clarín y Mariano Grondona, entre otros, escribió El salto de papá, una memoir en derredor de aquel hecho. Ahora, huérfano también de madre, Sivak vuelve al género con La llorería: un ¿emerger?, al fin, del fondo de la pileta, para llenar los pulmones de aire y llorar como corresponde.
Un viaje iniciático como joven periodista por Latinoamérica, una ruptura amorosa y la muerte de la madre. Son los tres ejes narrativos de La llorería, con saltos temporales no cronológicos entre 2002 y el presente, que confluyen para decantar en temas tan universales como sensibles: el desamor, la pérdida, el dolor de existir. Solo que Sivak, enfoca su interioridad con la distancia justa para transformar escenas que podrían ser autocomplacientes, en un espejo para el otro. Al fin y al cabo, ¿quién no llora por amor? Pero a no confundirse, en este libro no se habla del amor de novela, sino del amor al que el humano tiene derecho desde el inicio: a ser amado incondicionalmente.
Así es que Sivak en personaje, se ofrece al lector en cuerpo y alma para que este pueda exorcizar, también, su propia frustración. Y llora donde puede: mientras corre, o le pega a la bolsa de box, en el avión o en el subte, en la ducha; frente a sus hijos o sus amigos. Desafiando aquel mandato de “a llorar a la llorería» ese irónico neologismo utilizado por el padre de Sivak para mandar a los varones a llorar sin ser vistos, a ese reducto de vergüenza y debilidad.
Desde Emmanuel Carrère hasta la apoteótica saga Knausgard y el rescate de la obra de Vivian Gornick, venimos disfrutando como lectores, del realismo íntimo de valor literario. La particularidad de Sivak -quizá cercano a Joan Didion- es la manera en que hace operar su oficio de periodista a favor de la historia. La administración de la cercanía aún sobre lo más personal; y el contrapunto entre la interioridad y el suceso externo, termina siendo la clave de La llorería.
Sean Langan, un famoso documentalista británico de la BBC, es quien contrata a un joven Sivak de 25 años, para que lo acompañe a Tijuana en un viaje por la América Latina profunda que termina teniendo momentos tan épicos e insólitos como su nombre: Travels of a Gringo. Langan ya era reconocido por su trabajo en Medio Oriente, en especial por haber logrado un documental sobre los talibanes antes del 11 de septiembre. En el libro, estas derivas periodísticas, tienen la particularidad de ser contadas desde una preciosa primera fila: por ejemplo, Hugo Chávez comiendo caramelos de coco para permanecer despierto o deteniendo su caravana en medio de la carretera a saludar a una anciana en muletas y camisón.
La subjetividad de Langan también aporta en el mismo sentido. ¿Cómo es la mente de un periodista de riesgo? ¿Cómo se sobrelleva la culpa por elegir la guerra antes que a la familia? Dado que luego del viaje por América Latina Langan es secuestrado por los talibanes, a un paso de ser ejecutado y Sivak asiste a ese proceso.

Claro que la columna vertebral de esta memoir es el duelo. Que no está dicho explícitamente, más bien colándose por los intersticios de lo que se cuenta. No solo por la enfermedad y la muerte de la madre; también en las pérdidas más sutiles y hasta en las anécdotas graciosas (hay varias que aportan frescura) como aquella en la que Sivak se sube a la mesa de un bar londinense cuando aparece un ratón.
“Uno cree que se puede poner encima una especie de blindaje. Pero el recuerdo no viene al hombre así, de frente, viene por las esquinas, dando rodeos. Estaba a merced de todo lo que oía o veía. De repente, en vez de ser yo el que atravesaba el país para encontrarla, empezó ella a perseguirme en mi propia alma. Ella, persiguiéndome a mí, ¡fíjate! Y en mi alma”.
El que habla es el personaje de un emblemático cuento de Carson McCullers. El hombre está sentado en un bar lamentándose en voz alta porque -al igual que a Sivak- su amada lo dejó. Todos se burlan; solo un joven es capaz de escucharlo. El hombre pretende que su dolor no sea en vano, advirtiéndole a ese joven que esa desazón lo atrapará también a él por la espalda, tarde o temprano.
Aun así, lo alienta: al final de la travesía habrá otra forma de amor.
Fuente: Pàgina12
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