Meterse con el hincha es piantavotos. Cuantimás, desde la publicación deportiva por excelencia: el hincha es nuestro principal cliente, y encima lo solemos sentir como una extensión de nosotros mismos, nos mimetizamos, nos identificamos con la pasión del que va a la tribuna convocado por su divisa y por sus colores.
Eso no significa que, aunque el hincha es el único capital irreemplazable del fútbol, creamos que todo lo que hacemos como hinchas está bien.
En pocas horas vuelan las entradas para el partido de la Selección con Venezuela. La Scaloneta es un verdadero equipo de época, el mejor combinado argento de la historia, y no son muchas las oportunidades de verla en casa. Menos todavía con los precios saladitos que les ponen a los tickets.
Y t porque otra vez estamos castigados. Una parte del aforo debe cederse a delegaciones de niños de clubes y ONG que luchan contra la discriminación, y esto, al margen de las consabidas entradas de protocolo de las que lógicamente disponen los sponsors, reduce las chances del espectador común.
El que va a la cancha a denigrar a los rivales (la sanción se debe a cantos “homofóbicos y discriminatorios” proferidos por nuestro público en el partido contra Colombia) no piensa, quizá, en lo que está diciendo; o cree que eso está mal en cualquier otro lado, pero en la tribuna vale todo; o sabe que está mal pero le importa un pito, y putear y humillar al rival lo hace sentir más argentino.
Será una lucha de años. Por ahora, acaso llegue a tener algún efecto que cuando le gritás despectivamente “negro” o “puto” a un adversario, lo primero que estás logrando es que, en el próximo partido, más hinchas argentinos se queden sin la posibilidad de tener un lugar en el estadio para poder ver al equipo de Messi.

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Fuente: Olé.com.ar
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