
«Yo nunca le dije Doña Petrona», advierte Annamaria Muchnik, ex conductora del exitoso programa televisivo Buenas tardes, mucho gusto y compañera en la pantalla de la cocinera más famosa de la Argentina. La mujer del collar de perlas, siempre con una sonrisa, que les hablaba en su idioma a las amas de casa para facilitarles las tareas creativas en la cocina, la misma que alcanzó el podio de los libros más vendidos junto al Martín Fierro, inmediatamente detrás de la biblia.
Tuvo una infancia difícil, muy dura, como muchas mujeres del interior del país. Su mamá, Clementina, la trajo a Buenos Aires desde La Banda, Santiago del Estero, tierra de empanadas y chacarera. Manuel, el papá murió temprano. “Hay que pensar en todo lo que significaba hace tantos años que una mujer pudiera salir de su casa, hacerse de una profesión y tener una entrada económica. Si bien al principio se dedicó al tejido y a la costura, por los avatares de la vida empezó a cocinar. A veces, en este mundo, las mujeres tenemos la posibilidad de emplear con ingenio nuestros saberes domésticos. ¡Esa era Petrona! Alguien a quien le tuve mucho cariño, una persona muy generosa. Cuando tuve a Flor, mi hija, me esperó en la habitación con un enorme ramo de flores. El primer vestidito de la beba, rojo, blanco y azul, me lo regaló ella. Son detalles que conservo con amor”.
Petrona les daba su número de teléfono a las mujeres que la veían o la leían para que se sacarán las dudas sobre alguna preparación. “Era meticulosa, hacía el paso a paso de sus recetas”, continúa Muchnik. “Llegaba los viernes al canal con su esposo y un canasto de mudanzas que contenía vajilla, ingredientes y una torta a medio preparar, otra casi lista y la versión final”.
Era seria y hablaba poco. Autónoma e inquieta, se sostuvo por sus propios medios, desde la cocina. “Reivindico ese espacio de la casa como lugar de reunión, de estar, de guardar. Comí varias veces en su casa de Olivos y era tan rico y abundante, con tanta dedicación, que sentías que entregaba allí todo su afecto. Ahora está lleno de programas de cocina, pero Petrona fue la maestra de todas y todos».
Claudia Stella, narradora oral y dramaturga, dirige el espectáculo La receta de Petrona, en el Teatro Azul. «Fue muy interesante el proceso de puesta, porque las actrices, Mirta y Miriam, son muy trabajadoras. Marcela Massut, la nieta, aportó recortes de prensa, recetas manuscritas o tipeadas a máquina y fotos».
La primera tirada de su ejemplar de recetas, de 1934, fue una autoedición de 5000 ejemplares. “Los vendió en su casa en solo dos meses, una locura. La última edición es de 2023”, repasa Stella. «En mi casa sin biblioteca, el suyo fue mi primer libro ilustrado de la infancia. Allí están las letras manuscritas recién inauguradas, esos signos pre alfabéticos con los que iba explorando la escritura. Después, yo jugaba a la maestra y calificaba las fotos coloreadas con ¡Precioso!, ¡Excelente! No sabía entonces del éxito editorial que había tenido, no tenía idea de esas cifras que me impresionaron”.
La presencia del libro fue muy fuerte en la clase media y media baja, sobre todo hasta los años 80/90, “una herencia familiar que representa un tesoro, algo ligado al afecto, al recuerdo de abuelas, tías y madres».
Salvo algunos detalles aportados por su nieta y por Ana María Muchnik, el equipo teatral de Las recetas de Petrona contaba solo con google como fuente informativa. “El desafío fue encontrar cómo hacerlo. Jugamos con los textos que teníamos a mano: datos históricos, recetas y consejos, relatos de la gente en relación al libro y la narración de las fotos. Combinar nos permitió armar un relato no lineal, con saltos temporales, que pivotea entre la vida pública e íntima».
Petrona se casó con Atilio Oscar Gandulfo. Se conocieron en la estancia Quebrachitos, en el departamento Aguirre, donde ella trabajaba como cocinera y él era el administrador. Como el sueldo de él, que trabajaba en el correo, no alcanzaba, salió y encontró trabajo en la Compañía de Gas. Eran los tiempos en que se fue abandonando el hábito de la cocina a leña y querosén por la más tecnológica con garrafa.
Petrona enviudó pronto y tiempo después se ennovió con Atilio Massut y volvió a casarse. El le dio el apellido a Marcelo Francisco, hijo adoptivo de la ecónoma. Quienes la conocieron recuerdan que durante la enfermedad de su primer marido, sin ningún estudio, salió a trabajar y se puso la casa al hombro. Venía del campo y era avasallante en sus decisiones.
En la pieza teatral de Stella, que puede verse en el Teatro Azul, el público joven descubre al personaje, el contexto histórico, el surgimiento del gas en las casas, del que Petrona fue la principal promotora. “También, el desarrollo de la radiofonía, la llegada que ella tuvo en un mundo sin redes sociales, algo que les parte la cabeza”, prosigue la escritora.“Nos interesa contar la historia de una mujer con un costado personal muy atractivo, su camino como empresaria y la marca que dejó en varias generaciones. Fue una mujer inteligente que supo utilizar los medios de comunicación para construirse a sí misma. Desafió mandatos como el casamiento arreglado y a un primer marido que hubiera preferido que se quedara haciendo las tareas del hogar. Su mayor valor fue ella misma, su personaje. Se visibilizó en un mercado que empezó a tener como destinataria a la mujer. También se fue aggiornando a los cambios y sacó libros para la mujer moderna que trabajaba afuera. Fue una gran comunicadora que estableció un diálogo con su género que no se basó tanto en la simpatía como en el compañerismo. Decía ‘Queridas amigas’, les daba su número de teléfono y dirección para que le escribieran y ella contestaba los llamados y las cartas. Supo leer algunos signos de su época. Por un lado reforzó estereotipos y por otro los desafió».
“Fue una abuela muy presente, se preocupaba y se ocupaba, incuso en la cima de su trabajo. Era muy cariñosa y atenta”, asegura su nieta, Marcela Massut. “Mi sobrina subió al facebook, el último fin de semana, una foto con toda la familia donde está la torta que ella me hizo para mi cuarto cumpleaños. Para mis 15, preparó una llena de golosinas, galletitas y alfajorcitos caseros. Estaba en nuestros detalles. Era muy cariñosa, atenta a que tuviera los zapatos y el tapadito en perfecto estado”.
“Me conmovían su fuerza y sus valores, era muy honesta, enteramente dedicada a los otros y cero ególatra. Como su número estaba en la guía, no estábamos en paz en una pascua, un día de la madre o una navidad, porque ella no dejaba de contestar los llamados de sus seguidoras. A veces nos escribía la respuesta de la consulta a Juanita, la asistente, a mi hermano o a mí para ocuparse de lleno a atender la mesa”.
Nunca fue chef, era cocinera. Aprendió con profesores ingleses en la Compañía del Gas. Luego se formó en Le Cordon Bleu, de Francia, que en la Argentina encabezaba el profesor Baldi, padre de su colega Maria Adela. Muchos la han querido imitar, copiar, superar. Abrió una línea de trabajo que otros continuaron y se fue ampliando. Adoraba a la cocinera Alicia Berger, que había viajado a Europa y le preparaba comidas de Tailandia. También fue muy amiga de un joven Gato Dumas, que la visitaba en la oficina.
“El libro de la abuela representa a la Argentina, es único en su categoría y forma parte de nuestra identidad. ¿Querés hacer un pastel de papa? Si lo leés, te va a salir perfecto”.
Fuente: Página12
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