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Vuelvo al bosque: John Fogerty acaba de publicar «Legacy»

Mientras muchos de sus contemporáneos venden su catálogo al mejor postor, Fogerty hizo la gran Taylor Swift y regrabó sus temas más clasicos. A los 80 años, cierra así una legendaria disputa con la discográfica original del grupo, que accedió a devolverle los derechos sobre sus propias canciones.

Una deuda no se salda por uno: se salda por todos. En algún punto de los noventa, John Fogerty hizo un par de viajes por el río Mississippi. Canciones como “Proud Mary”, que no tocaba desde hacía décadas, le cantaban a la vida en los pantanos y los vapores. El tipo, sin embargo, jamás se había metido realmente en el Sur Profundo. Ahora necesitaba un ancla. Una tarde de muchísimo calor, inclinado frente a la tumba de Robert Johnson, se preguntó por las veintinueve canciones del mito. “Se apareció en mi cabeza la imagen de un abogado fumando un gran cigarro, sentado dentro de un edificio construido con el dinero del trabajo del muerto”, dice Fogerty. “Tuve una epifanía. Esa conversación silenciosa describía exactamente mi situación. Antes de yacer bajo la tierra como Robert, tenía que volver a tocar mis canciones”.

Finalmente, después de una dolorosa, absurda y larguísima batalla jurídica, Fogerty acaba de publicar Legacy: una suerte de álbum doble o triple donde el héroe de la clase trabajadora, con ochenta años y un pañuelo rojo anudado al cuello, recupera el repertorio de Creedence Clearwater Revival con la ayuda de sus hijos y su esposa. Parece un asunto estrictamente familiar. Sin embargo, apenas empiezan a sonar las versiones de temas como “Born on the Bayou”, el disco adquiere una trascendencia espiritual y colectiva y –sobre todo– ética. Así, en el preciso momento en el que buena parte de sus cófrades (Bob Dylan, Neil Young, etc.) venden su catálogo, Fogerty escala una gigantesca montaña de perjurios administrativos para clavar la bandera de la soberanía con su veterano rugido de puma.

Es una historia antigua. Con mucho pasillo e inocencia y avivadas. Promediando los sesenta, Creedence firmó contrato con Fantasy Records y salió al ruedo con el simple “Susie Q”. La jugada de Saul Zaentz, el dueño del sello, fue audaz: en términos contraculturales, la banda iba en la dirección contraria a su generación. En el preciso momento en que los Beatles sacaban “Revolution 9” y Pink Floyd descubría el espacio exterior, Fogerty componía rocanroles de dos minutos y medio sobre trabajar en barcos de curso fluvial. La apuesta salió redonda. En dos años y medio, sacaron seis discos geniales que se vendían como pan caliente. Hasta ahí todo más o menos bien.

Tras la disolución de la banda, Fogerty se metió rápidamente en los estudios para grabar una serie de clásicos del cancionero country. The Blue Ridge Rangers salió a las pistas sin su nombre en la portada y Fogerty no sólo acusó al sello de hacer un mal trabajo de difusión (lo que se dice, cajonearlo) sino que pidió la recisión del contrato. Zaentz se negó. Fogerty, que ya tenía entre manos un acuerdo con Geffen, renunció al publishing de todas las canciones compuestas bajo los contratos anteriores y escapó de Fantasy por la ventana.

“Me hubiera gustado ser mejor aconsejado cuando era joven”, dijo Fogerty, en una entrevista reciente con Alan Paul. “Cuando me di cuenta en lo que me había metido, era demasiado tarde. A veces miro hacia atrás y creo que, a la larga, ellos fueron increíblemente cortos de vista y hasta estúpidos: tenían a alguien con tanto talento y productividad bajo su ala y lo alienaron de tal manera que nunca más entraría en esa empresa, perdiéndose un montón de música para los siguientes treinta o cuarenta años. Básicamente, destruyeron el producto”.

Sobrevinieron tiempos aciagos. El debut recibió críticas buenas pero vendió poco y nada. Su sucesor, Hoodoo, directamente no se publicó. El tipo dejó de tocar el material de Creedence y acumuló un montón de resentimiento hasta que, a mediados de los ochenta, publicó Centerfield y volvió a sintonizar con el público. Reagan en la Casa Blanca. El alba del videoclip. En el repertorio, además, había dos dardos dirigidos al dueño de Fantasy: “Mr. Greed” y “Zanz Kant Danz”. La letra no era precisamente ambigua: “Zanz no puede bailar/ pero puede robarte todo el dinero/ Tené cuidado, amigo”.

El contrataque fue a dos bandas. Zaentz inició una demanda de 144 millones de dólares por difamación y planificó un maquiavélico juicio por plagio. Los abogados de Fantasy señalaron que “The Old Man Down The Road”, el tema que abría Centerfield, era copia de una canción propiedad del sello: “Run Through The Jungle”. “Pará pará pará”, diría Fantino. “¿Me estás diciendo que el sello lo acusó de plagiarse a sí mismo?” La escena de Fogerty tocando ambas canciones frente al jurado ha de ser una de las secuencias más dadaístas de la historia de la música popular. Será cuestión de esperar la biopic.

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John Fogerty a los 80 años (Foto: David McClister)

Unos años después, Fogerty se cruzó con Dylan en un festival. “Ey John”, le dijo Dylan, “si no tocás estas canciones el mundo va a pensar que ‘Proud Mary’ es de Tina Turner”. Lo dejó zumbando. “Fueron palabras muy provocativas”, recuerda. “Me metió la abeja en el bonete, por decirlo así”. Luego vino la epifanía sobre la tumba de Johnson y, en el 2004, Concord Records compró el sello Fantasy. Fogerty comenzó a recibir mejores regalías y, poco a poco, quedó en una posición financiera y estratégica más propicia para comprar su propio catálogo. Su viejo enemigo ya no estaba detrás del escritorio.

“Dadas las circunstancias únicas que rodean la relación de John con Fantasy, estamos más que encantados de llegar a un acuerdo”, escribió Bob Valentine, el presidente de Concord. Así, en enero de 2023, Fogerty adquirió los derechos mayoritarios de la obra de Creedence y abrió la botella de champagne. Llamó a su hija Kelsy (batería), llamó a sus hijos Shane y Tyler (guitarras, bajos, teclados y producción) y sacó del estuche su largamente perdida y recuperada guitarra Acme Rickenbacker. “Julia, mi esposa, tuvo una visión llena de goce y dicha”, dice. “En esa visión, yo volvía a grabar algunas de aquellas viejas canciones”. Y ahora, ¿quién podrá juzgarlo? 

Fuente: Página12

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