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Iván Noble explora la relación con el padre en su primera novela

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De pronto la vida en medio de la popularidad es desplazada por la enfermedad terminal de su padre, y mientras lo acompaña, Iván Noble comienza a escribir “El Doctor Álvarez contra los All Blacks” (Planeta) buscando develar el enigma del padre. Una apuesta emocional, conmovedora que se vuelve valoración de la vida. Iván (Álvarez) Noble, ex estudiante de sociología, poeta, cantante, líder de “Los caballeros de la quema”, actor de cine y televisión, ha publicado antes “De tal palo” y “Como el cangrejo”, relatos. Dialogamos con él.

Periodista: Escribir sobre la muerte del padre a algunos escritores los llevó a una suerte de redescubrimiento ¿Algo de eso le pasó?

Iván Noble: La relación padre-hijo es como una caja negra. Uno cree que conoce a su padre, pero no es así. Uno considera que es la persona más familiar de su vida, pero a medida que se va más hondo uno se enfrenta con un enigma amplísimo. La relación padre-hijo se forja de manera insospechada. Yo escribí “El doctor Álvarez contra los All Blacks” a partir de la enfermedad de mi viejo. Antes, a veces, había pensado en mi relación con él, pero no tenía una urgencia que me llevara a revisarla, hasta que me di cuenta que estaba yendo contra reloj.

P.: Su padre no tuvo una muerte fulminante, eso le permitió tener un tiempo con él.

I.N.: Dentro del dolor, cuando supimos que su enfermedad era agresiva e irreversible, pensé que iba a tener entre doce y dieciocho meses y sentí que se abría una ventana a una despedida que había que transitar de manera delicada, amorosa. En ese momento no sabía que iba a escribir sobre eso, pero iba tomando notas, registrando hitos para la crónica de esa época. Creo que los libros de los hijos sobre su padre, de Kafka a Philip Roth o John Irving, están atravesados por una despedida, por la búsqueda de una forma de decir adiós.

P.: Con el Roth de “Patrimonio” tiene relación directa, en ambos casos el padre enferma de cáncer cerebral.

I.N.: Es cierto, pero pensé en otros casos, muy distintos, como los vividos por Paul Auster o John Fante, y las diversas maneras de narrar una relación que nos construye más de lo que pensamos. En mi caso fue un ejercicio personal que quería que fuera algo más que una elegía.

P.: ¿Para escapar a la melancolía buscó recordar momentos vitales?

I.N.: En eso tuvo bastante responsabilidad un amigo, el escritor Juan José Becerra. Cuando promediaba la escritura del libro decidí mostrárselo. Me dijo: emociona mucho, pero no hables solo de la muerte de tu viejo, habla también de su vida, porque si no te vas a poner demasiado lúgubre, y vos no tenés ese registro de tu viejo. A partir de ahí fui punteando recuerdos de mi infancia que rescaté gracias a escribir el libro.

P.: ¿Cómo surge ese título de su padre enfrentando a “todo lo negro”?

I.N.: La gente pregunta cómo se encuentra la inspiración, y está en cualquier lado siempre que se esté alerta. En una sesión de terapia, que estaba haciendo por boludeces, mi padre se enferma y el kiosco de la vida se acomoda inmediatamente. Lo hablo con mi terapeuta y me dice: me contaste que tu viejo jugaba al rugby, esto vos lo sabes, pero es mi obligación decírtelo, tu viejo a partir de ahora está jugando contra los All Blacks. Fue una imagen potente que pasó a la libreta de notas.

P.: Un de los rasgos del libro es el escenario típicamente argentino.

I.N.: De familia de los 70, de clase media-media del conurbano bonaerense. En el mundo vertiginoso actual a algunos les puede resultar inimaginable: la casita, la canchita en el terreno de la fábrica. Fue mi aldea. Traté de pintarla. Que fuera una mirada sobre ese barrio, sobre aquel país.

P.: ¿No hay una idealización de ese médico del conurbano, enamorado de su mujer y sus hijos, de paso lento y vino tinto?

I.N.: Así era, absolutamente. Por supuesto, aún hay médicos de barrio que se desloman, y así era él. Y bueno, cuando uno viaja a su infancia va en busca de una patria perdida.

P.: ¿Hubo cosas que lo ayudaron a escribir?

I.N.: No quería contarle a mi vieja que estaba escribiendo hasta haber terminado. No estaba seguro de poder terminar. Cuando iba a verla, ella sigue en mi casa natal, revisaba cosas de mi viejo: fotos, recortes de diarios de cuando jugaba al ajedrez. Hacia una cierta arqueología personal, familiar. Fue mi magdalena. Escribía con esas fotos en el escritorio para ver adonde me llevaban.

P.: ¿Le resultaba difícil cerrar la historia?

I.N.: Vengo del mundo de las canciones y terminarlas es más fácil. No sabía si terminar donde estaba, si precisaba una vuelta de tuerca, si debía seguir. Ahí fue importante Juan (Becerra). Le pedí que fuera mi editor. Lo único que hizo fue señalar dos o tres momentos, y decirme: para mí ya está.

P.: Al pasar menciona a Onetti y a Vargas Llosa, ¿Qué otros, además de Becerra, lo ayudaron?

I.N.: Me suena pretencioso hablar de autores que he leído, algún desprevenido puede pensar que estoy en el mismo universo estético que ellos, y eso es muy difícil, los autores que uno lee son incombustibles. Me gusta mucho la narrativa estadounidense: Hemingway, Carver, Cheever, Fante. Onetti es impresionante, sus libros los heredé, entre otros, de mis viejos. Espero que lo leído sea combustible para mi hacer.

P.: ¿Cree que “El doctor Álvarez contra los All Blacks” lo impulsará a seguir en el mundo de la novela?

I.N.: Es mi intención. Tengo cincuenta y siete años. Ya escribí demasiadas canciones. Creo que este libro puede ser el, desde hace tiempo, esperado empujón.

Fuente: Ámbito

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