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Egberto Gismonti: «Mi trayectoria es un ejercicio de libertad»

egberto-gismonti-mi-trayectoria-es-un-ejercicio-de-libertad Egberto Gismonti: «Mi trayectoria es un ejercicio de libertad»

“Para mí, solo existen dos tipos de música: la música que necesito escuchar y tocar para seguir vivo y la música que todavía no descubrí cómo escuchar y tocar para seguir vivo», dice Egberto Gismonti, como presentándose. Para el músico brasilero ese “todavía” ha sido –y es– el motor que impulsó la búsqueda abierta e interminable que nutre lo que por instinto, belleza y profundidad es posible escuchar como una de las obras más interesantes de la música americana de las últimas décadas. 

Un mundo hecho de mundos originalmente descifrados, del que el pianista, guitarrista y compositor mostrará algunas de sus aristas el jueves 28 a las 20.30 en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). Celebración Universo Gismontise llama el espectáculo en el que junto al violonchelista Jaques Morelenbaum y el guitarrista Daniel Murray repasará discos y momentos artísticamente reveladores de más de cincuenta años de periplo creativo. Un itinerario que para Gismonti sería imposible celebrar sin invitados. En Buenos Aires, ciudad que frecuenta hace más de cuarenta años, se anuncian «sorpresas» entre las que estarán el notable armonicista Franco Luciani y el gran bandoneonista Rodolfo Mederos.

Fue también en el Teatro Coliseo donde Gismonti compartió un concierto con el grupo MIA –Músicos Independientes Asociados, colectivo artístico cooperativo activo entre mediados de los ’70 y primeros ’80, del que formaron parte Lito y Liliana Vitale, Alberto Muñoz, Verónica Condomí, entre muchos otros– en una de sus primeras presentaciones en Buenos Aires. “Desde aquellas primeras veces que toqué a Argentina hasta los días actuales, pasaron muchas cosas en mi vida musical. Y no solo dentro de lo que normalmente hago, eso que podríamos llamar música más libre, sino también en otras direcciones: desde lo casi folklórico, como la colaboración con João do Pife y su banda de Caruaru, con quienes grabé discos e hicimos un documental, hasta músicos del ámbito académico como Yo-Yo Ma y las distintas orquestas con las que toqué mi música en varios países”, asegura Gismonti, que en una de sus últimas actuaciones en Argentina, en junio 2017, tocó su música con la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, con la dirección de Luis Gorelik. “Atravesar ámbitos diversos es para mí natural. Siempre me sentí cómodo en el movimiento, porque el tipo de música que hago es simplemente la música que me gusta, que como dije es la que conozco y la que voy a conocer”, agrega Gismonti.

La siempre fertil idea de articular lenguajes y tensionar diferencias que entre vanguardias y conservaciones caracteriza a varias generaciones de músicos, entre lo académico y lo poplar, en Gismonti se da de una manera muy natural. En particular cuando es él mismo el que toca su música, que en Argentina es muy apreciada. «Creo que después de tantos años viajando por la Argentina no construí exactamente un público ni un grupo de seguidores. Prefiero pensar que existe, sí, un gran grupo de personas que se identificó desde siempre con el tipo de música que hago. Pasados cincuenta años de ejercicio profesional, puedo afirmar con certeza que esa trayectoria fue -y sigue siendo- un ejercicio de libertad: libertad de ser y de producir, a través de la música, aquello que considero más esencial en la vida”, continua Gismonti. «Mi convivencia con la música se transforma, así como se transforman las amistades. Lo que deseo hoy es que aquellos que tanto contribuyeron a que yo pudiera buscar esa libertad, para vivir, tocar y crear, estén presentes. Si pueden sentir que sigo en ese camino, entonces la celebración será completa”, asegura el músico.

La construcción de esa identidad musical abierta y difícil de encasillar para los parámetros de la música industrial tiene además de explicaciones artísticas, argumentos genéticos, sociales y culturales. Hijo de inmigrantes que abandonaron ciudades de Italia o del Líbano después de la Primera Guerra para emigrar a Brasil, Gismonti comenzó su formación musical en Brasil, entre el conservatorio y lo que se escuchaba en la calle y retumbaba en la radio. Continuó en París con Nadia Boulanger y más tarde, siguiendo la huella que había trazado Heitor Villa-Lobos, convivir en la selva amazónica y la tribu Yawalapiti, en el alto Xingu. 

Destacado en su país por trabajos como Agua e vinho y músicas para el cine, su notoriedad internacional comenzó con su colaboración con el sello ECM, donde grabó Dança das cabeças (1976), con Naná Vasconcellos; Sol do meio dia (1977) con Jan Garbarek, Collin Walcott y Ralph Towner, y Mágico (1979) con Charlie Haden y otra vez Garbarek, además de Infancia (1991) y Música de sobreviviencia (1996), ambos con Zeca Assumpsao, Nando Carneiro y Jaques Morelembaum. Por esa música, hecha de mediaciones entre la escritura y la tradición oral, rondaba la idea de jazz contemporáneo –alternativo al norteamericano– que animaba la stética del sello alemán.

“Creo que todas las experiencias que tuve oportunidad de vivir en estos cincuenta y tantos años de ejercicio profesional con la música fueron entrelazándose y formando una personalidad compuesta por contradicciones”, reflexiona Gismonti y enseguida evoca la figura de Mário de Andrade. “Esa forma de pensar y esa actitud de acoger la contradicción la aprendí con Mário de Andrade, el pensador, filósofo, musicólogo que le dio a Brasil la posibilidad de conocerse más profundamente y de manera verdadera a través de sus libros e investigaciones”, agrega. “Cuando mencionabas a los indígenas del Xingu recordé algo que hice bajo la orientación de Mário de Andrade. No una orientación personal, claro, porque vivimos en épocas distintas, sino intelectual: el disco Sol do Meio Dia, lo dediqué a Sapaim –un chaman– y muchos se sorprendieron porque no tenía músicas indígenas. Mi respuesta fue, y hoy sigue siendo, la misma: yo no podría tocar una música que no representara lo que yo pretendía decir y sabía hacer”.

–Tu música no podía hablar en nombre de los Yawalapiti…

–Pasé dos períodos largos con los Yawalapiti y de ellos aprendí algo esencial: no necesitaba reproducir sus melodías, sino comprender, sentir, lo que cada una representaba. Descubrí que cada canto correspondía a un momento de la naturaleza, la mañana, la tarde, la noche. Esas músicas solo podían ser entonadas en los instantes justos de la naturaleza, porque ellos, los indígenas, son la propia naturaleza. Yo, en el mejor de los casos, puedo ser alguien que aprendió a respetarla. No soy la naturaleza; formo parte del conjunto de cosas que la componen.

–¿El jazz forma parte de tu naturaleza?

–Toqué con muchos músicos excelentes del jazz norteamericano. El ejemplo más notable fue cuando produje el disco Identity, de Airto Moreira, que contó con Herbie Hancock y Wayne Shorter, el gran saxofonista. En ningún momento de ese trabajo toqué jazz y no porque no pueda jugar a tocar jazz. Es que no soy un músico de jazz, porque la cultura del jazz no es mi cultura. Mi cultura viene de la mezcla, del mestizaje. Sé que puedo gustar de todo, pero también sé que no puedo hacer de todo. Ese es, tal vez, el aprendizaje más amplio que la música está dando.

Fuente: Pàgina12

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