Llevalo a la gomería de Dorrego, Franco

Cuando Colapinto entraba a boxes y parecía caer en un agujero negro que lo hacía desaparecer de esta dimensión, decime si no te daban ganas de recomendarle la gomería de tu barrio, donde seguro iban a cambiarle las ruedas más rápido que los mecánicos de Alpine. Nosotros le podemos recomendar la de Dorrego y Marchi, frente a la torre cubanito de Palermo, que ahí son bien gauchos.

Nadie pide que tarden menos de dos segundos, como casi milagrosamente lo hicieron en McLaren. Pero las paradas de más de 11 y más de 7 segundos parecen una burla, impropia de la profesionalidad normal en la Fórmula 1.

Tan afectos a las teorías conspirativas, más de uno pensará que al pibe lo están mandando abajo del tren, como nos pasaba con Lole Reutemann en los 80 en Williams. Pero ni a propósito se puede tardar tanto y, encima, repetir el papelón un rato después. Esos 12 o 13” de handicap lo alejaron de la chance de una mejor figuración.

La impericia del equipo para decidir las estrategias de carrera y de los operarios para ejecutar los cambios son, junto con el fierro desactualizado que está utilizando, los karmas en este año de Franco en la F1.

No es menos cierto que solemos estar muy atentos a los detalles mínimos que nos permitan celebrarle méritos a nuestro crédito de Pilar, como las vueltas rápidas que dio esta vez al nivel de los coches de punta cuando le acababan de cambiar neumáticos. Pero tampoco debemos disimular que la pesadilla del Grand Prix de Hungría empezó cuando, en la largada de un circuito poco accesible para los sobrepasos, Colapinto se quedó sin pista y perdió cuatro lugares.

En la segunda parte de la temporada, en la que no se esperan grandes progresos de Alpine -aunque se puede pedir que no hagan el ridículo-, el manejo y la gestión que haga Franco del auto también seguirán bajo observación.