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¿Ficción o realidad? La verdadera historia detrás de las escenas icónicas de la serie sobre Menem

Un período disruptivo e hipnótico que cambió, entre otras cosas, la forma de hacer política en la Argentina. Su director, Ariel Winograd, construye su historia sobre algunos momentos inolvidables por su alto efecto mediático o su impacto institucional. Así se suceden, una tras otra, algunas de las “pequeñas delicias” del menemismo: el swiftgate, el yomagate, el tapado de piel de María Julia Alsogaray, las privatizaciones, la Ferrari presidencial, Domingo Cavallo y la convertibilidad, el Pacto de Olivos, las entrevistas con Bernardo Neustadt, Anillaco como centro del poder político y la reforma de la Constitución, entre tantas.

La serie sobre el expresidente tampoco evita leyendas: se habla del expresidente como “mufa”, se lo muestra consultando a brujas y exhibe, sin metáforas, un desfile de prostitutas en la Casa Rosada y en la Quinta de Olivos. Las tragedias fueron incorporadas a la ficción de Prime Video, con escenas que retrotraen al sangriento atentado contra la AMIA o a la muerte de Carlos Memen Junior en plena presidencia de su padre.

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La serie cuenta con el aval de Carlos Saúl Menem: él mismo firmó el contrato que cedió los derechos sobre su imagen, asegura su hija Zulemita. Sin embargo, al comienzo de cada episodio aparece impresa en pantalla la clásica advertencia que utilizan los productores para evitar problemas judiciales. Se trata de un “paraguas legal” en el que reconocen que la historia está “basada en hechos reales”, pero advierten que “cualquier similitud con cualquier persona viva o muerta, con cualquier empresa, tiene exclusivamente fines dramáticos”. En el tercer capítulo, también a través de un texto impreso en pantalla, Winograd le propone al espectador: “Lo invitamos a desprenderse de todo dedo acusador y a ahorrarse análisis tales como: ‘Esto pasó en tal fecha’, ‘Esa persona no era así’ o ‘eso no fue lo que pasó’. Recuerde que usted está viendo una ficción”. Pero es imposible transitar los seis episodios de la miniserie (de 40 minutos aproximadamente cada uno) sin intentar asociar a los personajes de la serie, los que tienen nombres “de ficción”, con antiguos funcionarios. Descubrir quién es quién. Lo mismo sucede con algunas situaciones que, por más insignificantes que parezcan, trascendieron el paso del tiempo. ¿Fueron realmente así o cambiaron su esencia para la ficción?

El coqueteo que marcó un acto de campaña presidencial

Aun sin haber visto ningún episodio, pero sabiéndose protagonista de una escena, Amalia “Yuyito” González salió a negar la veracidad de lo que se iba a mostrar. Efectivamente, en el primer episodio de la serie de Prime Video hay una escena que recrea un momento central en la historia del menemismo que la tuvo como protagonista. Su papel lo interpreta Virginia Gallardo, que usa el nombre de Sandra Silvestre. Es una vedette que aparece solo algunos segundos en pantalla, con falda cortísima, sobre el escenario de un teatro de revistas. Ella baja para acercarse a un Menem que celebra cada chiste de la obra, con humor propio de los 80.

“Bienvenido, señor gobernador”, dice. Y, sin vueltas, se sienta sobre la falda de Leonardo Sbaraglia, que interpreta al expresidente.

-¿Usted también tiene ratones?, le pregunta.

-Pero mis ratones son buenos… ¿a quién le hicieron mal mis ratones?, responde Menem.

En ese preciso instante aparece el fotógrafo Olegario Salas (interpretado por Juan Minujín, un personaje ficticio, sin correlato en la realidad, que Winograd utiliza como hilo conductor de su historia) y toma una imagen, que horas más tarde se imprime en tapa de un diario riojano y desata la ira de Zulema Yoma.

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La escena es real, sucedió en La Rioja. Tiene fecha cierta: 12 de septiembre de 1987. El capocómico era Tristán. A las 23.30, apenas terminó su monólogo, Yuyito González bajó del escenario y caminó derecho hacia el señor de la segunda fila, el de pelo largo y las patillas hasta la comisura de los labios. Así se lo había “marcado” Cacho Cristofani, productor del espectáculo. Apenas dijo “permiso” y se sentó sobre las rodillas de su víctima.

-¿Le peso, gobernador?, preguntó pícara.

-Por mí puede quedarse todo el tiempo que quiera, remató Menem con timing de capocómico.

Yuyito sabía sobre qué falda se sentaba. “A Menem lo había conocido poco antes, en un cumpleaños de Bernardo Neustadt”, contaría luego. Sin embargo, desconocía que había un fotógrafo junto al gobernador.

“Me utilizaron. Totalmente. Al fotógrafo lo llevó el productor o Menem, que eran amigos. Menem me usó para promoción. Yo era famosísima. Había pasado la época de Guillermo Coppola… En ese momento estaba separada con Guillermo. No estaba en pareja y se estilaba mucho que en los eventos se mezclaran los artistas con los políticos”, sostuvo 30 años después.

Ese instante fue capturado por un fotógrafo de la revista Gente que había viajado a La Rioja para entrevistar a Menem, que había logrado su reelección como gobernador pocos días antes con ventaja abrumadora: obtuvo el 62,47% de los votos. Ya el riojano había puesto en marcha su objetivo de llegar a la Casa Rosada. Al día siguiente de su triunfo en las urnas de su provincia, las principales ciudades del país habían amanecido empapeladas con afiches que decían “Ahora unidos, ahora Menem presidente”.

En ese contexto político, tuvo lugar la escena con una de las mujeres más atractivas del momento y la imagen disparó un rumor que sigue intacto, 38 años después: ¿Menem y Yuyito fueron pareja?

“La Ferrari es mía”
La Ferrari (la 348 TB roja modelo 1990) se convirtió en un símbolo del menemismo. Y, por supuesto, no podía estar ausente en Menem, la serie. Aparece en el episodio 4 y 5, pero no es foco de discusión, apenas asoma como parte del decorado.

Menem desafía a su hijo a una carrera. El expresidente corre en la “Feyari” y Carlos Junior, en una moto. No se sabe quién llega primero, no es importante. Después hay un plano de la Quinta de Olivos donde aparece la coupé roja estacionada frente al imponente edificio.

Un “chiche nuevo”.
La Ferrari de Menem, todo un símbolo de ostentación recreado en la serie

La Ferrari fue un regalo. Menem la recibió nueva, cero kilómetro, en noviembre de 1990. Su valor de mercado era de 120.000 dólares. Se la obsequió el empresario italiano Massimo dal Lago. El gesto de aparente generosidad escondía, según se decía en aquel tiempo, el interés del europeo por quedarse con distintos negocios, como la concesión de una autopista. Además, en una de sus oficinas en Buenos Aires, en el séptimo piso de San Martín 910, tenía los planos de su apuesta más audaz: la construcción de un puente que uniera Buenos Aires con Colonia. Tenía tres trazados distintos para acercarle a Menem. Pero primero, para aflojar su voluntad, le acercó la Ferrari…

El presidente quedó fascinado con el “chiche nuevo”. Sentía que el vehículo combinaba a la perfección con su imagen de político dinámico y canchero. Además, poseía virtudes técnicas que para él, un pistero de ley, eran el paraíso: un motor V8 de 320 CV, capacidad de pasar de 0 a 100 km/h en 5,6 segundos y una velocidad máxima que podía llegar a los 267 km/h.

El 3 de enero de 1991, Menem produjo un incidente que bien podría haber sido retratado en la serie de Winograd: aquel día, se trepó a la Ferrari y manejó desde la Quinta de Olivos hasta Pinamar en menos de tres horas. Según él mismo confesó, en ciertos tramos de la ruta había llevado a la máquina hasta los 190 kilómetros por hora. Un detalle insoslayable: todavía no estaba concesionada la Autovía, había solo un carril por lado.

Una vez en la costa, cuando los periodistas le mencionaron que había superado largamente el límite de velocidad, el riojano, con una sonrisa entradora, respondió: “Sí, es verdad ¡Pero yo soy el presidente!”.

Tras el escandaloso viaje a Pinamar, se incrementaron las voces que cuestionaban que un jefe del Estado pudiera recibir un regalo fastuoso por parte de un empresario. Dejaba mucho que desear desde el punto de vista moral.

De modo que, a regañadientes, Menem debió desprenderse de su querido auto, que fue destinado a una subasta pública. Antes, ensayó una defensa, que quedó grabada en la memoria popular: “La Ferrari es mía ¿Por qué la voy a donar? Es mía, ¡mía!”, declaró. Sin embargo, su deseo, esta vez, no pudo ser cumplido.

El caso sentaría precedente para que, años después, saliera a la luz la ley 25.188 de ética pública, que regularía los regalos que podían recibir los funcionarios.

Desde entonces, “la Ferrari de Menem” pasó por distintas manos. En la primera subasta, realizada en el auditorio del Banco Ciudad en mayo de 1991, no hubo compradores. Meses después, en un segundo remate, el vehículo fue adquirido por tres socios de Chivilcoy, con la intención de rifarlo. Pagaron unos 135.000 dólares.

Después la compró Claudio Garbín, bodeguero productor del vino Pico de Oro. En 1995, organizó un concurso que le sirvió para promocionar sus bebidas: la Ferrari se sortearía entre quienes enviasen una etiqueta de Pico de Oro. El sorteo finalmente se realizó en el programa televisivo Ta Te Show y el ganador fue Carlos Villalba, un vecino de Ciudad Evita de bajos recursos, que decidió venderla a través de los clasificados. Pedía 100.000 dólares.

Se la compró Herminio Cimino, empresario metalúrgico de origen italiano, y la tuvo en su poder por una década. En 1998, en la previa de la carrera de Fórmula 1 a realizarse en Buenos Aires, el mismísimo Michael Schumacher se subió a la Ferrari para dar una vuelta por el autódromo.

También fueron propietarios del emblemático vehículo Juan Nápoli, presidente del Banco de Valores, y el empresario Héctor Méndez.
En agosto de 2015, la adquirieron, a través de su empresa El Legado, los hermanos Aldo y Dahian Rocchini, según una investigación realizada por este medio.

La última vez que el icónico vehículo deportivo pudo ser visto fue en septiembre del año pasado, en Pilar, en la edición 2024 de la exposición de automóviles Classic Park. Estaba intacta. En su patente trasera podía leerse, en grandes letras blancas, el apellido “Menem”.

La Ferrari fue tan significativa que, cuando Menem cumplió 90 años, el 2 de julio de 2020, su hija Zulemita lo agasajó con una torta decorada con la estampa de una imagen clásica de los 90: Menem, con pantalón de jean y chomba blanca, posando delante de la Ferrari 348 TB roja.

El destape de María Julia
El tercer episodio está dedicado íntegramente a la figura de María Julia Alsogaray y a la privatización de ENTel (Empresa Nacional de Telecomunicaciones), la primera “joya” que vendió el menemismo. Muestra la transformación de la ingeniera que siempre había mantenido un perfil bajo y, de pronto, apostó por un deistape que fue, además de impactante, duramente criticado.

En ese proceso no podía faltar, por supuesto, la tapa de la revista Noticias, donde María Julia posó con tapado de piel y hombros descubiertos, sugiriendo que no llevaba nada más. Esa imagen convirtió a la hija de Álvaro Alsogaray en uno de los íconos de los 90 que mejor simbolizó al menemismo. Un emblema de la frivolidad de la política que signó esa década.

Mónica Antonópulos interpreta a María Julia Alsogaray en la ficción de Winograd. La hace muy sexy. La serie sugiere que la producción fue realizada por el fotógrafo presidencial en un despacho de Casa Rosada con el propósito de cambiar la imagen de la funcionaria.

María Julia recibe los flashes primero con desconfianza, pero se va distendiendo de a poco. Hasta que el fotógrafo le pide a una mujer que observa la situación que le preste su tapado de piel para una última fotografía. Ahí, en ese clic final, aparece la imagen de tapa.

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Osvaldo Dubini, el verdadero autor de la foto, está retirado de los medios. Tuvo una carrera extensa, llena de tapas y grandes coberturas. Durante los 70, en las temporadas de verano, recorría las playas de Mar del Plata buscando candidatas a Miss Siete Días. Así descubrió, en Punta Mogotes, a Graciela Alfano.

En julio de 1990 viajó a Las Leñas para cubrir un evento con famosos y políticos (muestra de la frívola mixtura entre farándula y dirigencia de aquellos tiempos). Allí estaban, entre otras figuras, Susana Giménez, Graciela Borges y María Julia Alsogaray.

Había acordado, de antemano, una sesión fotográfica con la responsable de la privatización de ENTel. Hicieron fotos en la nieve con un tapado de piel que les prestó Graciela Borges. Dubini “despachó” el material: mandó los rollos en un remise al aeropuerto de Malargüe, de allí volaron con una azafata hasta el Aeroparque, donde los recogió una moto y los llevó a la editorial Perfil, donde finalmente fueron revelados. Regresó al hotel y tomó un café con María Julia.

-Ahora que estamos tranquilos, tomamos un café y podemos hacer alguna foto para nosotros, propuso.

-¿Y qué foto voy a hacer si no traje ropa?, respondió la ingeniera.

-Bueno, tenemos el tapado, sugirió Dubini.

La reconstrucción del fotógrafo está plagada de detalles: “Yo no tenía planeado nada. No es que traté de llevarla para conseguir esa fotografía. ‘Yo voy a hacer como si vos fueras Susana Giménez o Graciela Borges. Juguemos a que sos del ambiente artístico’, le dije. Ella se prestó al juego fotográfico. Le pedí al peluquero que le hiciera un peinado juvenil, alegre. La senté en un sillón, ella extendió sus piernas… siempre tuvo hermosas piernas. Tenía el tapado y una camisa. Yo sabía que fotográficamente no estaba logrando nada interesante. Entonces le dije:‘¿por qué no te desabrochás un poco la camisa?’. Se desabrochó algunos botones, se corrió la camisa sobre los costados. Ya no se veía. Yo le daba indicaciones, pero todavía no había disparado una foto”.

El segundo tramo del relato tampoco tiene desperdicio: “Cuando estaba listo para empezar, aparecen Susana Giménez y Graciela Borges. La ven a María Julia así y se sorprenden. ‘Dubi, ¿qué estás haciendo?’, me preguntó Susana. Le di la cámara y le dije: ‘Mirá qué linda que está’. ‘Bárbara’, dijo Susana. Después les pedí que se fueran y me quedé trabajando. No apreté mucho, porque sabía que había logrado una buena fotografía. Cuando esa imagen llega a Buenos Aires, en la editorial directamente descartan las otras fotos».

La imagen de Dubini fue tapa de la revista Noticias del 22 de julio de 1990. Esa edición se agotó y generó un gran revuelo. Sobre la fotografía imprimieron un título picante: “Reina, pero no gobierna”, dando sutil cuenta del poder que tenía la ingeniera en la estructura jerárquica del menemismo. Y se añadía, además, la leyenda: “María Julia y su ‘romance’ con el Presidente” (en la serie de Winograd ese romance se muestra como un intenso coqueteo).

Consciente de la polémica que produjo su imagen con el tapado de piel, la propia María Julia Alsogaray expresó la ambivalencia que experimentó: “Nunca me vi tan bien, pero cometí un error político”.

“No llore, ministro”

Domingo Felipe Cavallo es el personaje central del cuarto episodio. La ficción de Winograd muestra sus ansias de protagonismo y cómo logró imponer su plan económico, la convertibilidad. Pero también, en apenas algunos segundos, refleja otro momento icónico que la era menemista le legó a la cultura popular: cuando “el súper ministro” rompió en llanto ante una jubilada.

Tal como ocurre en la serie, Norma Plá tuvo la oportunidad de estar cara a cara con Cavallo. Fue el 5 de junio de 1991. Pero, a diferencia de lo que muestra la producción de Ariel Winograd, este encuentro no se produjo en la calle, sino dentro de un despacho en el Congreso de la Nación, donde el funcionario había ido a hacer una exposición ante los legisladores.

En el video que registró ese momento, mientras la cámara enfoca a Cavallo, se puede escuchar la voz de la representante de los jubilados que se dirige con tranquilidad y respeto al ministro: “Yo tengo a mis hijos y mi hija que me ayudan, pero hay viejitos que están cobrando como yo y no tienen dónde ir a comer o a dormir (…) no pueden comprarse ni un remedio y están durmiendo en la Plaza Lavalle y están comiendo en la Plaza Lavalle. Señor ministro, en sus venas corre la misma sangre que me corre a mí (…), piense un poquito por su patria (…) ¿Eh? Señor ministro. Yo soy Norma”.

“Mi padre también es jubilado –le responde Cavallo, también en tono sereno-. Yo me acuerdo que cuando era un niño él aportaba como aportaba su esposo…”.

En ese momento, tras la mención de su papá, el funcionario hace silencio y parece quebrarse. Es entonces cuando Norma Plá suelta la frase de consuelo que quedaría en la historia:

-No llore, señor ministro

-No, no.

-No llore, tenga fuerzas para defender a su padre y todo. No llore.

  • Yo le… le… estoy emocionado.

-Nos damos cuenta.

Pocos segundos después, ya repuesto, Cavallo retoma el rol del hombre de números y emprende un frío discurso en el que apunta a la necesidad de hacer cambios y ejecutar recortes en la economía para mejorar las jubilaciones en el menor tiempo posible.

Norma Plá falleció el 18 de junio de 1996, a los 63 años, en su casa de Temperley, por las derivaciones de un cáncer de mama. Tenía más de 200 marchas de jubilados sobre sus espaldas y portaba la cucarda de haber hecho llorar al ministro más poderoso del gabinete de Menem.

Fuente: La Nación

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