
Además de sartenes, platos irrompibles y brillantes ollas de aluminio, el bazar de José León Suárez exhibía un tesoro inasible para el pequeño Andrés Eugenio Varga. Enmarcada en un cuadrito de madera detrás del mostrador, la caleidoscópica Chysiridia Rhipeus lo hipnotizaba cada vez que entraba allí con su madre.
“Mi abuela era insistente y se la quiso comprar infinidad de veces a la dueña, pero no había forma. Pasaron años y, al quedar huérfano, un día le golpearon la puerta. Era la señora del bazar, con el cuadrito en la mano. Creo que allí arrancó esa aventura indetenible”, cuenta Sabrina Varga, también entomóloga e hija mayor del creador del Museo Mariposas del Mundo, ubicado en San Miguel. No está la helada mariposas del Tibet que sobrevuela la nieve a 5.600 metros. Tampoco la escurridiza ojos de búho del Amazonas. “Es esa del cuadro, endémica de la isla de Madagascar, y que siempre eligió entre millones”.
Los chicos se amontonan y las onomatopeyas rebotan en las vitrinas cóncavas. “¡Faaa! ¡Uh! ¡Guau!”, se escucha por los pasillos. Es uno de los tantos colegios de la zona que llegan aquí como parte de sus estudios sobre ciencias naturales.
En las salas y contra las paredes, los paneles armados en colaboración con expertos del Museo de Historia Natural de Londres, exhiben familias completas de ejemplares de la Polinesia, de África, del Amazonas, de China. Hay una vitrina con la bandera de Irán, donde se señala un “antes y después” de la Guerra del Golfo, mostrando cambios y nuevas manchas en las alas producto de las toxinas del aire.
En su camino, Andrés Eugenio Varga no sólo se topó con mariposas. Por eso el museo cuenta también con cientos de artrópodos enormes y diminutos, como los fosilizados en ámbar hace 45 millones de años, recogidos de excavaciones de Costa Rica y República Dominicana. En un rincón se ven escarabajos sagrados de Egipto, escorpiones filipinos gigantes y caracoles con toda la gama de colores. Se reúnen así más de 70 mil mariposas y otros tantos insectos del planeta, que forman la colección privada más importante de Latinoamérica.
Aunque administrativo, el oficio de policía no parecía compatible con eso de ir por el mundo detrás de insectos. Más bien, el bicho raro parecía él. Largas horas de oficina le permitían al oficial Varga -que llegó a comisario- aguzar una idea que revoloteaba en su mente, indagando en libros que guardaba desde los 10 años. “A muchos chicos los atraen las colecciones: estampillas, figuritas, autitos. Lo mío siempre fueron las mariposas”, recordaba al inaugurar el museo.
Lanzado a la aventura desde joven, sus primeros viajes fueron por Argentina y luego el continente americano. De a poco, la venta de alfileres de acero quirúrgico especiales para la conservación le dieron respaldo económico y se animó a ir más allá. Entre travesías y exploraciones estudiaba taxidermia y entomología, e iba contactándose con algunos referentes del mundo, dando seminarios y consiguiendo ayuda en las embajadas. Años después, había recorrido continentes enteros, desde selvas profundas e inexploradas de Sudamérica a las montañas del Himalaya, pasando por vastas llanuras africanas e islas del Pacífico.
Caminatas de horas, noches en carpa a merced de mamíferos salvajes, climas extremos y hasta zonas de guerrilla mediaban entre él y las mariposas. Pero si alguna nueva andaba por allí, y se resistía a patrones de colores o semejanzas familiares, había que perseguirla. Hábitats, comportamientos, ciclos de vida, camuflajes, deformidades, pequeñez o excesivo tamaño… cada una encerraba un misterio, una historia que contar.
“Dio la vuelta al mundo dos veces, porque era una de las seis personas con permiso internacional para cazar y trasladarlas. Pero era reservado. Te mostraba con entusiasmo la diferencia entre una y otra, y del relato se desprendía, por ejemplo, que la había encontrado gracias a la ayuda de una tribu africana. Después desarmaba el equipaje y colgaba una lanza (que hoy puede verse en el museo) que el líder de la aldea Zulú le había regalado. Pero la cosa quedaba ahí”, cuenta su hijo Andrés, encargado de las visitas guiadas del museo inaugurado en 1996, y que su padre atendió personalmente entre viaje y viaje, hasta su muerte en 2019.
De niños a científicos y varios famosos recorrieron sus salas. A ellos se suman amantes de la naturaleza y curiosos visitantes, impactados por algunas mariposas increíbles, como unas blancas con pintitas rojas características de la nieve, y provenientes de Nepal, Tibet y China, por las cuales un jeque árabe habría hecho una sorprendente oferta.
Otros se detienen en las vitrinas más coloridas, frente a espeluznantes arañas y alacranes en posición amenazante. En el centro del museo están las “Colias Vargas”, ejemplares desconocidos hasta que el fundador dio con ellas. Pertenecientes a la familia pieridae, fueron atrapadas en Tafí del Valle (Tucumán), la Puna salteña y Abra Pampa (Jujuy), a 3.600 metros de altura y gracias a “trampas aéreas”, como dejó registrado su autor. “Cuando creció su reputación y su nombre se mencionaba en trabajos científicos, comenzó a asistir a congresos y viajes de naturalistas, a visitar algunos programas y a dar reportajes. Pero siempre soslayaba el encuentro con gente encumbrada o el pedido de algún presidente”, cuenta Sabrina, que se reparte tareas también con Lis e Ingrid (las otras dos hijas), y así los cuatro hermanos sostienen el legado familiar.
“Aún hoy, en la caja fuerte donde tenemos la mariposa más grande registrada, hay documentos y videos en VHS con experiencias que ni siquiera nosotros conocemos”, asegura Andrés. Habla de la Bruja Blanca (Thysania agrippina) con 31,5 centímetros de distancia entre las puntas de las alas, que su padre encontró en febrero de 1998 en el norte salteño. Si bien su tamaño habitual suele ser entre 20 y 25 centímetros, aquella sería una deformidad, pero a los fines estadísticos, la más grande. Supera así a las asiáticas Alas de Pájaro Reina Alejandra (Ornithoptera alexandrae), que alcanza 31 centímetros, y a la Mariposa Atlas (Attacus atlas), que presenta mayor superficie, aunque menor distancia entre alas.
“Cada tanto abrimos una caja e indagamos de a poco, porque en esa época se permitía cazar, por ejemplo, y hay imágenes sensibles para los estándares de hoy. Es un proceso lento, que implica cuestiones emocionales y mucha dedicación. Al ser un museo familiar todo el equipo disponible somos los cuatro hermanos. Pero sabemos que hay mucho material. Una de las últimas cosas que descubrimos fue una donación de 165 mariposas al Museo de Historia Natural Grigore Antipa (Bucarest, Rumania), porque encontramos una carta de agradecimiento. El museo tiene 50 años, pero a la vez decimos que estamos en pleno desarrollo”, sostiene el hijo menor.
Si bien el museo puede recorrerse de manera auto guiada, con el tiempo se impuso una mayor interacción con el público. El aporte de códigos QR que remiten a audios subtitulados y a trivias, a reseñas y clasificación científica, fueron complementadas con pequeñas charlas. En ellas, Andrés hijo suele aportar cuánto tiempo viven las mariposas, qué distancias recorren, a qué alturas llegan y qué las distingue entre familias.
Finalmente, da paso a la demostración de microscopía digital, donde se examinan huevos y orugas vivas, paso previo al proceso de metamorfosis. Junto a una repisa se ve también el libro Mariposas de Argentina, una clasificación diurna y nocturna de ejemplares, con fotos y recomendaciones sobre cría y cuidado que Varga padre publicó con ayuda de Bernard D’abrera, un famoso taxónomo y entomólogo australiano. El museo cuenta también con un laboratorio donde se crían ejemplares de monarcas, las mariposas naranjas con pintitas negras. Si la fecha de la visita coincide con la salida de la crisálida, la visita puede concluir con la suelta de algunas de ellas, una actividad que entusiasma sobre todo a los más pequeños, que las ven alejarse por el barrio.
Museo Mariposas del Mundo
Italia 650, San Miguel. Lunes a sábado de 10 a 18.
Entrada general, $5.000.
011 4664-2108
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