Desde el escenario del Teatro Coliseo, Miguel Mateos anuncia: “Una canción nueva que se llama ‘Por una noche más’”. “La gente pronto parece olvidar lo que pasó algunos años atrás/ Oh, Señor, un lugar sin memoria popular/ No cantará, no bailará, ni una noche más”, dice la letra de un rocanrol ligero con claros colores pop. Los riffs de guitarras y las programaciones suenan nítidos, precisos, la gente arde y el ritmo contagioso es lo más parecido a una traducción criolla de “Dancing in the Dark”, el megahit de Bruce Springsteen incluido en Born in the U.S.A. (1984).
“Rocas vivas, se mueven las sillas. Te quiero ver bailar”, invita otro fragmento de la canción hasta ese momento inédita y que esconde la frase elegida para el título del cuarto álbum de Zas. Grabado en alguno de los cuatro shows realizados en el Coliseo, durante dos noches –cada velada una doble función– los días 20 y 21 de abril de 1985, la invención de Mateos captura un momento único de euforia y reconocimiento luego de varios años peleando en las categorías de ascenso. Todo lo que sucedió después pertenece a otra esfera, nadie imaginó la explosión que provocaría Rockas Vivas, el álbum más vendido de la historia del rock argentino hasta la aparición de El amor después del amor (1992).
“Los discos grabados en vivo algunas veces se justifican. Otras no. Los que realmente valen son los que pueden llegar a mostrar algo que en un estudio no se pueda realizar. Las actuaciones de la banda de Miguel Mateos son generalmente buenas, por el sonido fuerte y solvente de Zas y por la respuesta del público a los temas de Mateos. Seguramente por ese motivo se decidió que el cuarto trabajo de Zas fuera grabado en vivo”, señalaba Federico Oldenburg desde las páginas de la revista Pelo, en su edición 238, de abril de 1985.

A pocos días de la serie de conciertos que la banda de Miguel Mateos ofreció en el Teatro Coliseo, el periodista –uno de los pocos que firmaban sus notas en esa publicación de rock– daba las primeras señales de un fenómeno que alcanzó niveles masivos sin precedentes.
La primavera democrática no era una fiesta. Para abril de 1985, el gobierno de Raúl Alfonsín no encontraba la salida del infierno inflacionario, que crecía al 1% diario. El mes comenzó con el estreno de La historia oficial, la película dirigida por Luis Puenzo, que develaba con rigor la apropiación de bebés durante la última dictadura militar y anticipaba, de un modo poético, el Juicio a las Juntas por graves y masivas violaciones a los derechos humanos. El lunes 22 de abril comenzaron las audiencias del juicio oral y público a los exmiembros de las tres juntas militares que gobernaron el país de 1976 a 1983.La canción que finalmente llevó por título “Solo una noche más” habla de memoria y justicia. Como en tantas otras letras de Zas, Mateos exponía con frases simples el estado de ánimo de una sociedad que peleaba contra los fantasmas de los años tenebrosos y, al mismo tiempo, buscaba con urgencia mejorar el mapa de ilusiones. El chico que se crio en el barrio porteño de Villa Pueyrredón, conoció de primera mano los efectos de las razias policiales y otros apremios ilegales: usar el pelo largo a fines de los 60 o en en buena parte de los 70 costaba al menos una noche de comisaría. Censura, ausencia de libertades públicas y frustración laboral son temas recurrentes en los primeros discos de Zas, pero aquí no hay baladas de protesta o rock progresivo con prosa codificada.
Desde el homónimo debut, lanzado en 1981, hasta el ascenso fulminante que provocó Tengo que parar –editado en mayo de 1984–, Zas es lo más cercano al soundtrack del regreso democrático de la Argentina, un campo minado de contradicciones y esperanzas de cambio.
Uno de los mejores reflejos del ideario Mateos es la letra de “En la cocina, huevos”, lanzado en marzo de 1983 como tema estrella de Huevos, segundo álbum del cuarteto, en donde el cantante rebautiza a Zas sumando su nombre y apellido en la tapa del disco. Por esos días el gobierno militar se encontraba en retirada luego de la derrota catastrófica en la Guerra de Malvinas, pero aún muy activo en materia represiva. “Hoy te convocan a la plaza y mañana te la dan…” es la frase, dice la letra de la canción marcada por el solo de guitarra de Pablo Guyot, que luego de grabar y girar dejó el grupo para formar G.I.T.
“La mayoría de los temas incluidos en Huevos los compuse durante 1981 y 1982, sin saber a ciencia cierta si recuperaríamos la democracia un año después”, dice Mateos. “‘En la cocina…’ es un grito desgarrador de libertad en plena dictadura con un título metafórico para evadir cualquier tipo de censura autoritaria. Originalmente se llamaba ‘En la Argentina hace falta huevos’, pero en la discográfica me aconsejaron cambiarlo. La estrené en el BA Rock IV (1982) y nos sacaron de la película. La tocamos con Miguel Cantilo como invitado, él había escuchado mi demo en Music Hall”.
“Luego del shock inicial de enfrentarse con 40 mil personas, por primera vez, dado que nunca se habían presentado en vivo, los acordes de ‘Hijos del rock and roll’ sonaron en el estadio. El grupo, con una inigualable precisión y personalidad en el tratamiento de los temas, que van desde un rock fuerte como este a partes casi sinfónicas con voces bien sincopadas (‘Diciembre en Nueva York’) a ritmos afrolatinos mixturados con puentes furiosos, super new wave, pasando a estribillos coreables”, escribe Roberto Pettinato sobre el debut de Zas como teloneros de Queen. La reseña, publicada en el número de marzo de 1981 de la revista Expreso Imaginario, causó cierto revuelo porque el futuro saxofonista de Sumo trató con desdén a una de las bandas más contundentes a nivel escénico y, en cambio, habló muy bien de un grupo que nadie conocía. Sí, créase o no, Miguel Mateos y la segunda formación de Zas tocaron como soporte de la banda de Freddie Mercury durante los tres conciertos que el grupo británico brindó en la cancha de Vélez Sarsfield. Sin disco editado y con poca experiencia sobre un escenario, el cuarteto que ensayaba a pocas cuadras del estadio José Amalfitani fue invitado por Alfredo Capalbo, uno de los productores argentinos del megaevento internacional.
El primer día, una lluvia de monedas recibió al grupo y se mantuvo durante el miniset de 20 minutos. En la segunda jornada, la intensidad de las agresiones bajó; y para el tercero se escucharon algunos aplausos.
Ser banda soporte de Queen en Vélez tuvo ribetes de experiencia traumática y casi al mismo tiempo significó una gesta de reafirmación artística para la banda compuesta por Miguel Mateos (teclados y voz), su hermano Alejandro Mateos (batería), Fernando Lupano (bajo) y Ricardo Pegnotti. También sirvió para que un productor reconocido del mundillo discográfico comenzara a trabajar con Zas. Oscar López es la figura clave de un crecimiento sostenido en poco más de tres años. Sus jugadas temerarias en pos de imponer un nombre nuevo en la escena del rock argentino de los tempranos 80 siguen despertando admiración y respeto.
López fue manager de Arco Iris, produjo a La Máquina de Hacer Pájaros y creó el sello Sazam Records, en donde trabajó con Serú Girán, Nito Mestre y Raúl Porchetto, entre muchos otros. Ya bien entrados los 80, el productor –fallecido en 2023– se convirtió en el fundador de Rock en tu Idioma, una etiqueta discográfica que puso en el mapa del rock latino a bandas mexicanas como Caifanes y Maldita Vecindad, y también fue responsable de la invasión argentina en Latinoamérica con nombres como Virus, Soda Stereo, Miguel Mateos y Enanitos Verdes.

“Fue una relación explosiva, pero tremendamente creativa. Oscar era un tipo que había inventado cosas increíbles. Me terminé peleando en 1986, yo estaba pensando en expandirme, en irme afuera, en seguir creciendo, y hubo también un tema de dinero que se saldó unos años más tarde. Volví a verlo después de esos episodios y pudimos hablar y recomponer la relación. En esa etapa inicial de mi carrera, él dejó una huella importantísima en mi vida”, dice el autor de “Perdiendo el control”.
“Algunas semanas después de lo de Vélez, Miguel vino a mi oficina. Lo conocí personalmente y, apenas lo vi, antes de hablar de contratos le dije textualmente: ‘Olvidate de todo, yo te voy a producir y vamos a grabar’. Le vi un potencial terrible y me obsesioné con llevar adelante su carrera. ¡Me encapriché con Miguel Mateos!”, dice López en El Jefe, la biografía de Miguel Mateos escrita por Gustavo Bove.
“Mateos tenía un atracción masculina que no tenía nadie. Era un latin lover por naturaleza. En ese momento yo contemplaba al artista de otra manera a como se lo veía acá. En él observé el charme de Bryan Ferry, con un costado ambiguo que podía gustarle tanto a las mujeres como a los hombres”.
La observación de Oscar López también contemplaba a un cantante que con total naturalidad utilizaba modos y gestos poco usuales para el rock argentino. Su modo de encarar las canciones, cercano a Daryl Hall o Billy Joel, fue toda una novedad cuando Zas empezó a sonar en la radio. La prensa más conservadora no le perdonó su expresividad vocal ni su marcada acentuación angloparlante. Musicalmente, Zas estaba más cerca del perfeccionismo de Steely Dan o la explosión pop de Hall & Oates, sin perder un norte rockero con Springsteen como modelo de cantor y working class hero.
Ariel Minimal tenía diez años cuando Zas teloneó a Queen en Vélez. Gracias a su hermano mayor, el locutor y periodista Bebe Sanzo, conoció al grupo de Mateos cuando los vio tocar en Badía & Cía, el ciclo televisivo conducido por Juan Alberto Badía. “Recuerdo que ‘Va por vos’ sonaba mucho en las radios”, dice el líder de Pez. “En mi casa se escuchaba Queen, Los Beatles, el disco de Unicef, el que tenía ‘Crees que soy sexy’ de Rod Stewart; Village People y rock nacional. Todo junto”. Conocedor de la obra de Mateos, el guitarrista y cantante vivió en plena adolescencia la explosión de Zas durante la temporada 1985. “A mí nunca me llegaron Soda Stereo o Virus, nunca entendí de qué hablaban, o no me hablaban a mí. En cambio, Miguel siempre me pareció muy claro. Es un tipo que sigue sacando discos, haciendo giras, informado, fan de la música. Gran compositor y un escritor genial, con una puntería asombrosa para describir de manera bella y clara cosas simples, lo cual a mí siempre me pareció muy complejo”.
Entre las muchas apuestas de riesgo de Oscar López aparece la presentación de Tengo que parar, tercer álbum de Miguel Mateos/Zas en Obras Sanitarias el 3 y 4 de noviembre de 1984. La idea del manager y productor apuntaba a llenar dos Obras y agregar una fecha más, que no se pudo concretar. El primer día, el gimnasio de Avenida del Libertador estaba a pleno mientras que en la segunda fecha no llegó a cubrir la mitad de las localidades. López volvió al ataque en abril del año siguiente y agotó las cuatro funciones en el Coliseo. Todo estaba listo para el gran salto. Primero la edición de Rockas Vivas, que en menos de cuarenta días ya estaba listo para su lanzamiento.
“El camino a Rockas Vivas comienza con una gira por todo el país. Nos empezamos a dar cuenta de que la cosa iba creciendo, algo con una cierta ebullición constante. Estábamos yendo a lugares a los que nunca habíamos ido a tocar y agotábamos entradas en todas partes. Rockas… se gesta en los Coliseos y desemboca en los cuatro Luna Park”, dice Alejo Mateos desde Miami en el marco de la gira por los 40 años de Rockas Vivas que incluye 16 fechas por Estados Unidos y Canadá, y que continuará en Buenos Aires el próximo 3 de julio cuando la banda de Mateos suba al Movistar Arena para recomenzar un tour nacional.
“Todo ese camino fue muy disfrutable. Llegamos muy bien a los shows en el Coliseo, donde se graba Rockas, y después nos metemos en el estudio para terminar de grabar los temas inéditos. Se completó el proceso en el estudio de Carlos Piriz, si mal no recuerdo, y a partir de ahí comienza un trabajo de shows constante in crescendo, hasta llegar a la posibilidad de hacer un Luna, que ya era una cosa demasiado grande para aquella época”.
1985 también será el año de aparición del Sí, el suplemento joven de Clarín, otra herramienta de difusión más expansiva frente a las acostumbradas publicaciones mensuales o quincenales. La agenda del Sí agilizó la data del rock y completó el espacio de comunicación que desde el 23 de enero de 1985 instaló la emisora Rock & Pop, la primera FM dedicada exclusivamente al rock de aquí y de allá, un hito que modificó el modo de llegar a los oyentes e intervenir con un lenguaje informal y una musicalización acorde, toda una apuesta de cambio que trastocó para siempre los patrones estéticos del mundo radial argentino. Casi al mismo tiempo de la edición de Rockas Vivas, llegaron a las disquerías los álbumes debut de Sumo (Divididos por la felicidad) y Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota (Gulp!), todavía faltaban unos meses para la edición del segundo disco de Soda Stereo (Nada personal) y lo nuevo de Virus (Locura). Zas corría en punta, la versión en vivo de “Tirá para arriba” sonaba en todas partes.
“Tirá para arriba” estuvo a punto de no entrar en el álbum, Oscar López me sugiere hacer algo en piano. ‘Algo eltonjohneano’, me dijo. Yo tenía un demo casero, un casete grabado así nomás en el living de mi casa con mi piano vertical, tarareado, no tenía letra aún. Oscar lo escuchó y me insistió: ‘¡Grabalo ya!’. Decidimos quedarnos un par de horas más de trasnoche en el estudio y cuando todos se habían retirado fui hasta el piano de cola de la sala y grabé un par de tomas. Al día siguiente con la banda agregamos la base de bajo y batería, y luego el resto de los instrumentos. Tenía sólo el título, que iba perfecto para el estribillo; la letra la terminé en el estudio y dos sesiones más tarde grabé la voz y los coros. Todo el mundo estuvo de acuerdo con incluirla en el disco. El corte de difusión del álbum fue ‘Tengo que parar’, mientras ‘Tirá para arriba’ esperaba paciente su lugar en la historia”, dice Mateos y fue la interpretación en vivo de siete minutos la que mejor representó el fervor popular inmortalizado en el momento más caliente de las cuatro funciones en el Luna Park en agosto de 1985.
Rockas Vivas no era el típico disco en vivo para terminar un contrato discográfico o disimular un tiempo de sequía creativa. Miguel Mateos transitaba una prolífica etapa compositiva, como quedó demostrado con la inclusión de tres temas nuevos en el setlist de los shows en el Teatro Coliseo.
Mateos tenía un número ganador para exhibir el costado más pop del ahora quinteto integrado por Eduardo “Chino” Sanz (guitarra), Raúl Chevalier (bajo) y Julio Lala (sintetizadores). “Perdiendo el control” y su estructura electro-pop merecía una grabación de estudio. “Como tantas otras, tuvo un origen folk y luego mutó en otra cosa mucho más electrónica. Para ese momento tenía un sonido muy adelantado, sonaba como los discos importados. Fuimos de los primeros en utilizar sequencers, eran aún muy primitivos y no se podían grabar segmentos largos. Por lo tanto, fui armando el tema de a retazos, cada cuatro compases, como un rompecabezas robótico, muy de la época, muy ochentas. También hicimos una versión en inglés que salió en un maxisingle. Me destrozaron”, dice Mateos.
Oscar López internó a la banda en el Hotel Bauen. Mientras los músicos ensayaban en una de las salas teatrales del multiespacio, una fila interminable de gente modificaba la habitual rutina del hall del hotel. Todos querían su entrada para ver a Zas. De ese modo López manejaba el minuto a minuto de la taquilla, podía saber la cantidad de tickets vendidos y también proyectar una escalada de acciones audaces. Cuando se agotó la primera agregó otra y así hasta llegar a cuatro funciones. Convenció a Tito Lectoure, el máximo responsable del Luna Park, de sacar las butacas del campo central y sumar más localidades. Para las tribunas y las plateas, el productor tenía otro ardid. “Utilice una fórmula que aprendí de Tito [Lectoure]: tirar acaroína en las butacas para que la gente no se siente y así meter más cantidad de público. También al estar parados, los obligaba a moverse y bailar. La acaroína es un desinfectante líquido blanco que tiraban los acomodadores en los asientos para mantener al público de pie. Con ese truco, amplié las partes de todo el estadio, logrando que entraran casi 15 mil personas en lugar de 13 mil que cabían”, cuenta López en el libro El Jefe.
“Recuerdo como si fuera hoy que fui con mi pantalón de cebra de M 57 (la marca de ropa que vistió a Los Violadores en la tapa de su segundo disco) y con una remera que me pinté (mal) yo mismo con la tapa de ‘Fantasma en la máquina’ de The Police”, dice Ariel Minimal, que estuvo presente en una de las cuatro funciones. “Era su pico de popularidad y creo que hizo más de un Luna Park, no sé si fueron dos o tres, todo el mundo sabía de memoria todas las canciones y era un karaoke gigante. Como frutilla del postre, al final del concierto, cuando cantó ‘Tirá para arriba’, voló por sobre la gente con un arnés y eso era… uhhhh… Tremendo!”.
Al frente de Pez, Minimal grabó una enorme versión de “Perdiendo el control”, incluida en Banda de covers (2018). “También tenemos una versión en vivo de ‘Atado a un sentimiento’ que me gusta mucho. Justamente, esa especie de ninguneo de la ‘intelligentzia’ rockera me daba bronca, son los mismos que endiosan a García o Spinetta y se olvidan de Nebbia. De algún modo fue un gesto punk hacer esas versiones y ahí volví a escuchar a Miguel y descubrí todo lo que yo también me había perdido después de Tengo que parar”.
No deja de ser paradójico que semejante concurrencia –en total 60 mil personas– asistió a la presentación de un disco en vivo. De ahí viene la confusión, que ha durado décadas, de creer que Rockas Vivas se grabó en el Luna Park.

En muchos aspectos, los recitales de Zas en el Luna alentaron un nuevo modo de encarar un espectáculo de rock en Argentina. Además de un buen sonido, la producción apostó por una iluminación y una escenografía que privilegiaran lo visual. “La decisión de la escenografía del Luna Park se basó en brindar una mejor percepción de los músicos desde todas partes. En ese momento no se usaban pantallas led, por lo tanto los artistas se veían en un único plano: el plano horizontal del escenario. Al elevarlo a distintas alturas, se sumó un plano vertical: se podía ver todo y a todos desde cualquier posición, se logró una visión 3D. Era una propuesta audaz y sorprendente para la época”, dice Graciela Baccari, esposa de Mateos y dueña de la ingeniería estética de Zas desde sus primeros días.
“El diseño de las rocas fue alusivo al título y además se generó una especie de plataforma para el ‘vuelo’ de Miguel. Se ganó también en dinamismo y en impacto. Eran rocas llenas de energía: ‘rocas vivas’”.
Ver a Miguel Mateos sobrevolar por encima de las cabezas en un estadio repleto sigue siendo la imagen dominante de un momento de gloria compartido. El show completo puede verse en YouTube y también representa otro hito fundacional. Producido por Juan Alberto Badía, Rockas Vivas tiene su registro fílmico en uno de los primeros VHS musicales realizados en Argentina.
“Al principio dudaba. A Oscar se le ocurrió que volara por el aire. La idea nació como un chiste. Un día le dije ‘quiero volar’ y de repente se apareció con los andamios, con los caños y el arnés. Por problemas con el Luna Park no tuvimos mucho tiempo de ensayo. Fue una locura”, dice Mateos a casi 40 años de sus varios vuelos rasantes por las alturas del Luna Park. “Fue una locura, por eso nunca más lo repetí [risas]. Cruzaron el cable y me subí dos horas antes de la función. Un pánico absoluto. Hasta antes de la prueba de sonido yo decía que no y Oscar insistía: ‘Dale, que nos va a ayudar la gente del Teatro Colón’. Esto lo sabe poca gente, en la prueba me pongo el arnés y me manejaban manualmente. Como me había olvidado de agarrar el micrófono, porque yo salía cantando, el engranaje se trabó antes de salir a la mitad vacía del Luna Park y no pudimos continuar el ensayo del vuelo. Me dicen: ‘No pasa nada, volvé para atrás, que lo solucionamos en media hora’. Volví pensando que no lo iba a hacer y estaba en un no rotundo. Media hora antes del show le digo a Oscar: lo voy a hacer. Y con lágrimas en los ojos me dice: ‘Esto va a quedar en la historia, boludo’. Y así fue”.
Fuente: Rollingstone
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