
Recuerdo que la semana en que cubrí la grabación de Sueño Stereo en Londres coincidió con el UK Tribal Gathering del ‘95, un festival de música electrónica que fue el prototipo de Creamfields. Esa “reunión de las tribus” dance tenía lugar muy lejos de la capital: había que viajar hasta un parque en las afueras de Oxford. Así que el sábado 6 de mayo de 1995 −primavera en serio− salimos en manada (los Soda, el asistente, Cecilia Amenábar y una amiga suya de Chile) hacia Oxfordshire, usando transporte público (subtes y trenes). La tapa del Suplemento Sí donde salió mi cobertura mostraba al trío repartido en sendos escalones del underground londinense. Para Marcelo Franco, que era mi editor entonces, esa foto sería imposible de sacar en Buenos Aires, por eso había que aprovecharla: esta gente no tomaba subte nunca. El título que acompañaba la imagen decía: “Otra vez Soda”.
Llegamos al parque Otmoor pasada la siesta, tras horas de conexiones y ventanillas con campos y paredones, cuando la fiesta recién se estaba poblando. Todavía guardo los prospectos de cartulina, que con estética de fanzine, explicaban cómo había que fumar marihuana, tomar MDMA y demás. Incluso, el evento había habilitado un puesto donde te hacían el análisis químico de la pastilla que habías comprado a fin de comprobar que no fueras a intoxicarte. Además, unos farmaceúticos psicodélicos (para llamarlos de algún modo) te daban instrucciones de cómo reaccionar en caso de que badtripees. Acto seguido, en mi memoria hay un corte, una repartida todos sentados en el pasto, compra de aguas, y un corte en el sentido cinematográfico: estamos con Gustavo, Cecilia y la amiga bailando al dúo Orbital apretados en una masa semidesnuda que multiplica brazos en alto y ojos ciegos bien abiertos, mientras los rayos que vienen del escenario forman una red de arco iris móvil sobre nuestras cabezas. Participábamos de un concierto-dance. Creo que no nos dejaron llegar a la carpa de Moby; tanta era la gente. La noticia era que Charly Alberti había conocido a Lady Miss Kier de Deee-Lite (a quien vi pasar en un momento como si fuera la Campanita de Peter Pan, etérea y mínima). Se decía que habían pegado onda. No sé qué pasó después porque perdimos a Charly y a Zeta entre bombo y bombo, carpa y carpa.
Muy pasada la medianoche, y pasados todos, pasando The Prodigy incluso, cuyo volumen nos atronó, creo que se armó una discusión entre Gustavo y Cecilia porque ya era hora de irse. Irse; irse corriendo a algún colectivo que iba a dejarnos en Victoria Station de madrugada y arreglate. Nos repartimos en esos micros como nos dieron las piernas y el cash. Fueron horas de atravesar campo traviesa hacia Londres, rodeados de raveros dormidos. El track “Night Bus” (2005) del primer álbum de Burial refleja a la perfección esa sensación de retorno after party: sentirse un sonámbulo sobre ruedas, la boca pastosa y los oídos que no paran de pulsar. Después del taxi en Victoria llegué hasta mi hotel, victoriano y auténticamente decadente, a cuadras de la estación Holborn, cuando faltaba poco para amanecer.
Me hice un té en pava eléctrica, prendí el televisor y me puse los auriculares del discman. Fui durmiéndome a medida que transcurría la escena de la casa invadida de espuma en Tommy (¡pasaban Tommy a esa hora!) y mediaba el Neu! 75 que había comprado el día anterior, cuando habíamos ido con Gustavo a la disquería Rough Trade de Notting Hill. Él insistía con que no podía dejar de escuchar el álbum Wake Up! de Boo Radleys (unos britpoppers de segunda línea, cuyo cantante calvo contrastaba con su baterista negro). Pensándolo bien y escuchando Sueño stereo y Wake Up! juntos ahora, hay más de un punto de contacto entre ambos. Sobre todo, la Beatlemanía, el hecho de considerar a los cuatro de Liverpool como manual de pop, nada que no hubiera oficializado Oasis, claro.
Hacía unos días habíamos ido con todos los Soda al Hanover Grand de Londres, porque tocaba el exguitarrista de Suede, Bernard Butler, con el cantante David McAlmont (el telonero era Edwyn Collins, que atesoraba A Girl Like You, pero llegamos tarde). Si el sueño húmedo de un Paul Weller habría sido acompañar a Otis Redding, por aquí iba la cosa con el glam-soul de este dúo blanco-negro que me acuerdo de que a Zeta lo entusiasmó mucho. El hit “Yes” –un desborde de emoción donde Butler se vuelve un Marr (Johnny) del powerchord– va cerrándose en un crescendo de cuerdas, que demuestra cuánto de Brit-pomp triunfal contagiaba el brit-pop y cuánto de todo eso se filtraba en “Ella usó mi cabeza como un revólver” (y después, ya en otro siglo, llega a “Par mil” de Divididos).
No sabía en ese momento cómo sería Sueño Stereo, pero ahora todo lo vivido en aquel Londres 95 siento que impregnó el disco. En Rough Trade, le había insistido para que comprara la reedición de los alemanes Neu!, le conté la historia de la banda, la relación con Kraftwerk, que habían inventado algo que bautizaron “Motorik”, etc. Camino a Oxford, me dijo que le sirvió para entender de dónde venían los Stereolab. La grabación de Sueño Stereo tuvo mucho de ensoñación, de sodastereolab, de contemporáneos de Boo Radleys y, más que nada, de jugar a ser rockers británicos por unos días. Los días en que las raves anunciaban una forma distinta de vivir las noches, algo que ni los Soda iban a perderse a fines de los 90.
Pablo Schanton*
*El autor es periodista y crítico de rock y por entonces amigo y compañero de aventuras musicales de Gustavo Cerati.
Fuente: Rollingstone
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