Una semifinal para sacarse el sombrero

Tremenda la primera semifinal de un torneo que ya no tenía a Boca, ni a River, ni a Racing. Tremendo el partidazo que nos dieron Independiente y Huracán, tanto que parecía injusto que uno de los dos se quedara fuera de la definición. Por esas inspiraciones súbitas de los penales, pasó uno.

Chapeau ante este Huracán, del que días atrás se reflexionaba en esta columna de Olé sobre el valor de un entrenador para un equipo de fútbol. Se le plantó cara a cara en su cancha a un rival que fue uno de los que mejor juego alcanzaron a desplegar en buena parte de este torneo.

Con un equipo que hubo que rearmar casi desde cero, no lo dejó brillar ni dominar, le peleó palmo a palmo cada pelota, equilibró la mayor dinámica y mejor relación con la pelota con un despliegue táctico casi perfecto y generó algunas ocasiones como para ganarlo durante los 90.

Cuando conseguís una fórmula futbolera en la que marcan el paso Fattori y los chilenos Alarcón y Echeverría, que te dan el plus para pelear un campeonato hasta el final, y te los venden a los tres, es para descorazonarse. Más si hace unos meses también tuviste que ver irse a Pussetto, en un momento en que parecía Mbappé. Pero si hay algo que, justamente, le sobra a este equipo, es corazón. Y un estratega como Frank Kudelka. Chapeau.

Y chapeau para Independiente. El Rojo venía desde el fondo del río, lo mordían las deudas como pirañas, tuvo que armarse sin un mango y, con ojo certero para elegir jugadores de segunda mano y la cabezona convicción de su DT, marcó un camino que casi lo lleva a la final.

Estaría bueno que no abandonara el rumbo por haber caído en esta instancia; es el famoso “si la pelota pega en el palo y entra, o sale” (el penal de Ávalos). Un veredicto lo dieron sus hinchas cuando, con tristeza, con dolor, igual despidieron a su equipo con un agradecido aplauso.