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Paulina Flores: “Si en el poder hay gente tan antiintelectual como Trump, dan ganas de ser parte de un discurso creativo”

La segunda novela de Paulina Flores (Santiago de Chile, 1988), cuyo título La próxima vez que te vea, te mato (Anagrama, $ 27.600) activó la alarma de la red social Instagram que censuró las publicaciones relativas al lanzamiento, tiene como protagonista a Javiera, una joven escritora chilena que llega a Barcelona tras haber publicado una novela que (según dice) solo le ha gustado a su madre. Mientras deambula por el barrio de Raval en busca de un piso accesible para una becaria latinoamericana, inicia una relación abierta, poliamorosa y posesiva, con Manuel. En un clima al principio festivo por la “liberación” pospandémica, la historia se ensombrece cuando Javiera decide volverse una asesina, con el inicio de la guerra de Ucrania como horizonte. Flores, como Javiera, vive en Barcelona.

Ayer presentó su novela en la Feria del Libro, en diálogo con Camila Fabbri (compañera de catálogo en Anagrama) y esta tarde a las 19 conversará con el mexicano Fabio Morábito, Hernán Ronsino y Susana Rosano acerca de la “singularidad de lo cotidiano” en la literatura, en el ciclo Diálogo de Escritoras y Escritores de Latinoamérica que concluye el martes.

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“Estoy muy contena de estar en Buenos Aires -dice Flores a LA NACION que viajará a Chile a presentar la novela-. Soy muy fan de la literatura de Camila Fabbri y de Samanta Schweblin; ella me permitió liberarme de mis ataduras estilísticas y concentrarme en lo técnico, dejarme de tanta neurosis y animarme a trabajar con géneros. Samanta trabaja con capas de géneros como el terror, el suspenso, y eso envuelve al texto y le da otro plano. Ahora leo a Michel Nieva; me parece muy interesante lo que hace. En los talleres literarios online siempre hay un argentino y todos coindicimos en que tienen un pacto con el demonio porque todos escriben muy bien”.

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En su nueva novela, Flores pasa de la picaresca al thriller y del drama sentimental a la comedia ligera. Para ella, existe una retroalimentación entre la literatura española y la latinoamericana. “Hay una cosa de espejeo: Irene Solà bebe mucho de lo real maravilloso, la Andrea Abreu se nota que ha leído mucha literatura latinoamericana, igual que Layla Martínez. Resuena mucho en esas literaturas jóvenes. Es muy emocionante ver cuando Mariana Enriquez se presenta en España, con carteles en toda la ciudad como los de la gira de una banda de rock. Es hermoso de ver cómo se llenan todos los lugares con gente que va a escuchar a Samanta o a Alejandro Zambra, con generaciones muy jóvenes leyéndolos”, dice.

Barcelona y Buenos Aires son los dos lugares del planeta Tierra que conozco donde la gente está completamente loca por los libros -afirma-. Es verdad que hay un nivel de bienestar que lo permite, tiempo para leer, un tiempo satisfactorio”.

-¿Cuánto tiempo te llevó escribir la novela?

-Un año de escritura y otro año de edición. Reescribo mucho, la segunda vez casi que lo reescribo por completo, cambio acciones, muevo capítulos de orden, y recién cuando tengo una versión más limpia me abro a mostrarlo. Estoy muy contenta con la publicación, con el “pase” de Seix Barral a Anagrama. Amigos de la literatura me recomendaron revolver el gallinero y les hice caso. La novela misma era revolver el gallinero; soy un ejemplar de niña que creció leyendo traducciones de la editorial en los 2000. Es un sueño estar con Zambra y con Cynthia Rimsky que sacó una novelaza.

-¿Qué significa “revolver el gallinero” en términos narrativos?

-La mezcla de géneros, algo que me voy notando como característica es que empiezo a hacer algo y luego tuerzo y doy un giro medio inesperado. Eso sucede en la acción de la novela, en cómo van avanzando los personajes. Soy poco convencional pero al mismo tiempo me gustan muchos los géneros como la picaresca, el melodrama a lo Manuel Puig, y la novela negra, la pulp fiction, las historias de yakuzas de Takeshi Kitano. Pero la fuerza que tira de la novela es el amor, y la clase social, sobre todo pensando en la telenovela latinoamericana, desde María, la del barrio todas trabajan el tema de clase, como un Romeo y Julieta de clase.

-Pero sin ascenso social.

-No, “porque los pobres son pobres porque quieren”, como dice irónicamente Javiera. Hay una romantización de la pobreza; ella tiene algo de quijotesca, esclava de sus ficciones. Ante esa vida tan pedreste y precaria, ella prefiere magnificar; vamos a ser pobres en nuestro suelo pero no pobres de sentimiento; usa la intensidad de esa forma. Pero también porque tiene una forma de vivir la vida que quiere que le parezca digna: como ella es tan romántica en el sentido clásico, pone una idea de valor diferente de la del valor del sistema de consumo del capitalismo. En el capítulo que lleva el título de la novela, donde hay mucho de amor y de sistema económico, hay como un antipaseo a IKEA, que todos odiamos porque es muy poco romántico pero que tenemos que hacer porque tenemos que ir comprar muebles baratos a un lugar; ellos recorren las calles y recogen los muebles que tiran los “cuicos” [personas de clase alta].

-¿Ficcionalizaste tu ropa experiencia como inmigrante en España?

-Toma muchas cosas de base, toma esta inestabilidad transversal que atraviesa un migrante de mi estilo, en el sentido de que parte de una educación privilegiada, como lo es un máster, con una vía abierta o legal en términos de visa y que luego queda sin mucho más. Yo llegué a Barcelona en 2021. Haber sido seleccionada por Granta me dio muchos nuevos amigos.

-¿Y la novela que Javiera deplora sería tu primera novela, Isla Decepción?

-Es más exagerado en su caso, con Isla Decepción hubo sentimientos míos que son injustos porque la novela no fue un fracaso. Cuando lo digo, la gente me responde “tú no sabes lo que es fracasar”, pero tomo algunos sentimientos sobre eso y los aumenté.

-¿Qué sería lo fallido en literatura?

-Un escritor trabaja con el fracaso constantemente. No veo el fracaso como algo negativo; siento que escribir es un recorrido que va a tener altos y bajos. Isla Decepción me ayudó mucho a aprender cómo se escribe a nivel técnico una novela. Y yo estaba, en ese momento, en contra de las fórmulas narrativas estadounidenses, odiaba ese imperialismo cultural de Netflix que viene con toda su industria. Mis maestras y mis maestros son todos estadounidenses, pero justo estaba negándolos. Me dije “voy a escribir una novela contemplativa, sin trama”. Es una novela muy rara, pero me hizo muy feliz, gracias a ella pude llegar a lugares adonde no había llegado antes. Se tradujo a menos lenguas que Qué vergüenza.

-La nueva novela se ambienta en la pandemia y al inicio de una guerra.

-Fue deliberado y no. Lo sentía como algo que se respiraba en el aire; en esa época surgió algo específico como una frivolidad o, mejor dicho, algo más festivo; después de las muertes y los encierros de la pandemia había una sed de vivir. La novela llega poco antes de que empiece toda la situación de Gaza; para mí fue importante acelerar porque como tengo esta parte social decía “qué tipo de escritora soy, cómo puede ser que escriba una novela de amor si hay dos guerras”. Lo encontraba horrible, pero hay un registro de eso, ella como que lo entiende desde el humor. Se empieza a poner todo oscuro: las señales del relato apuntan hacia allá.

-Barcelona, en especial el barrio del Raval, es protagonista de la historia de Javiera.

-Barcelona es una ciudad que me gusta mucho, me inspira a nivel intelectual, estoy aprendiendo un montón. Cuando salí de la universidad en Chile tuve un resentimiento muy largo con la academia, así que si bien no diría que Qué vergüenza fuera antiintelctual, no me gustaba hablar de libros en libros, me parecía elitista. Pero ahora que estoy más grande y en Barcelona, volví a conectar con toda esa bulimia intelectual, curiosa, amante de los griegos, de los estadounidenses pese a todo, y también en un sentido político, porque si uno tiene en el poder a gente tan antiintelectual como Trump, dan ganas de ser parte de un discurso creativo, inteligente, que no converse con eso y plantee alternativas. Sobre el Raval, fue importante el cuento de Mariana Enriquez que se centra en ese barrio [“Rambla triste”] y la lectura de Jean Genet, todo ese imaginario está muy presente. Y es un protagonista más del libro, le da la libertad a ella para moverse en este otro desafío al que va entrando, con la voluntad de expresar su odio, su mala onda, su recelo, sus celos.

-¿Las nuevas formas de amar son cuestiones centrales en tu generación?

-Diría que sí, aunque somos conscientes de que no estamos inventando nada. Para el feminismo fue muy importante expresar algo que ya es un cliché: “Lo personal es político”. De un tiempo a esta parte era importante revisitar y reestudiar las relaciones hétero proque había muchas cosas que pasaban en la intimidad sentimental que no funcionaban y que eran expresión de ese machismo doméstico. Gracias a la cuarta ola feminista hubo, no lo llamaría avances pero sí una mayor conciencia y una mayor preocupación. Tampoco creo tanto en lo de las generaciones, porque es una representación muy publicitaria de lo que significa un grupo de seres humanos.

-¿Asociarías la creatividad literaria con la creatividad amorosa?

-En ese sentido soy un ejemplar muy chileno como escritora. El amor siempre ha sido una preocupación política muy importante: Violeta Parra, Víctor Jara, todos los poetas. El amor intenso es una forma bien chilena. Zambra mismo, el tema amoroso siempre ha estado ahí. Los chilenos amamos de una forma bien intensa y bien política. Más alla de la preocupación general o el feminismo, hay búsquedas, pero cualquier forma de vida alternativa que no esté en la norma, en el amor o en la vida laboral, eso el capitalismo lo toma y lo transforma en un producto y te lo vende con una polera o con un libro. Todo pierde aura. Es la pregunta que está en el libro: cómo amar en el capitalismo.

-El humor y la risa, “la plata de los pobres”, como dice Javiera, tiene un lugar muy importante en la novela.

-Estaba leyendo mucho a la Joy Williams que es muy humorística, cínica, pero en la que el humor adquiere cierta densidad y te deja pensando, como podría dejarte pensado el horror.

-Hay muchos gags.

-Me encanta ese humor también. El patetismo me parece un género, siempre me parece interesante donde hay personajes patéticos, y mostrar a un personaje femenino patético me parece doblemente interesante. Estuve leyendo a la Eileen Myles que tiene una antología del personaje patético y ella dice que un hombre es patético cuando hace algo, por ejemplo el Quijote que cree que va a ser caballero y termina haciendo el ridículo. En cambio, las mujeres son patéticas porque son mujeres, no tienen que hacer nada. Quería mostrar a Javiera quijotescamente haciendo algo, con un objetivo, una misión, en ese camino suyo del sueño de la maldad. Hay una cosa que me gusta y es que algunos personajes están trazados más gruesos, me atreví a la caricatura. Hay formas distintas de hacer personajes y fue bueno no temerle al arquetipo, a la caricatura.

-¿Qué tipo de escritora eres?

-Me siento una escritora muy joven, alguien que todavía sigue aprendiendo del oficio. Siento que en esta novela me solté un poco más, antes cuando escribía veía como una dismorfia textual: lo que salía no me gustaba. Soy una escritora muy controladora, me gustan las palabras porque puedo controlarlas. Como soy poco diestra a nivel oral, me gusta el engranaje de las palabras precisas. En esta novela es una primera persona, escúchala y déjala que salga un rato, me dijo. No sé si he encontrado mi voz, pero que sí que me reconozco y no me da pudor ni rechazo. Soy un tipo de escritora que va a querer encontrar su voz justamente para olvidarla lo más rápido posible. Se trata de aprender y desaprender para seguir escribiendo.

-¿Cómo fue el problema que tuviste con tu cuenta de Instagram?

-Instagram, que es la única red social que tengo, no me dejaba poner el título porque lo consideraba una amenaza. Creo que los youtubers tampoco pueden referirse al suicidio. No reconoce la ficción de la realidad y me da vergüenza porque se están censurando crímenes reales. Al principio no quería ni contarlo, pensé qué nivel de autoboicot tenía para haber elegido un título que no podía publicitar en mi única red social. Luego lo tomé con humor. Es una pena que internet esté tan aburrido, ese lugar que iba a ser tan democrático, y donde iba a estar el conocimiento fluyendo de todos lados, nos tiene a todos viendo reels como adictos. Fue bueno para desconectar un poco de la red social que se ha transformado en un lugar de los deseos y donde expresar una identidad virtual, un lugar donde decorar la identidad, porque el cuarto propio todavía no lo tengo, ese lugar donde poner un clavo y colgar una fotografía de Virginia Woolf.

-¿Cómo es tu experiencia como inmigrante?

-Estoy en un momento de tránsito. Doy un taller de cuento realista en la Pompeu Fabra; Mónica Ojeda da uno de cuento fantástico. Es una de las cosas que más me gustan en la vida, es lo que tomo más en serio después de la literatura. Para mí la mejor forma de escribir es aprender a leer, a interpretar los textos, mostrar las costuras, cómo funcionan técnicamente. Cuando escribo, todo el tiempo estoy con un diccionario de símbolos, uno de mitología griega y romana, uno etimológico para ir trazando asociaciones y metáforas más ricas y contundentes.

-¿Tienes una opinión sobre el presidente argentino y su batalla cultural?

-Milei es una persona totalmente antiintelectual, los Milei del mundo, los Trump de mundo me han hecho conectar con ese otro lado sobre todo porque la vía de la protesta y la marcha fue un tropiezo terrible, como pasó en Chile. Con todo el dolor de mi corazón me doy cuenta de que no hemos logrado nada marchando. Veo muy difícil volver a la calle. Vivo como una derrota personal esto de cómo es que tu querías cambiar el mundo y ahora estás derrotada escribiendo novelas de amor apocalíptico. Pero hay algo del mundo que quiero entender y por eso en esta novela trabajé la maldad. Es necesario aceptar y entender la maldad y la estupidez propias. No puede ser que el mundo se está hundiendo solo porque hay otros que son malos y estúpidos. Eso puede generar una conversación más rica. En España está Vox y en Chile está Axel Kaiser que es muy delirante, da miedo. Estos políticos nuevos se pararon en la villanía con mucha sinceridad y lo incorporaron a nivel estético.

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