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Milei, ante su enemigo más temible: Milei

Al aspirante al Nobel de Economía lo engatusó un aventurero de 28 años que hacía los primeros palotes en la timba financiera. El verdugo de “la casta corrupta” dejó huellas pegadas en un negocio opaco que generó decenas de millones de dólares de la nada. Al genio de la comunicación lo tuvo que corregir en cámara su asesor estrella cuando intentaba dar explicaciones en una entrevista de televisión grabada.

El caso del token $LIBRA afectó a Javier Milei en los principales atributos de su personaje político: solvencia técnica, honestidad, autenticidad. Se vio desnudo al rey que amenazaba con decapitar a los funcionarios que cometieran errores. ¿Qué hacer cuando la peor crisis en 14 meses de gestión es únicamente atribuible a él o a su hermana Karina, guardiana del despacho presidencial y operadora oficial de la guillotina?

La respuesta que ofreció la Casa Rosada a ese dilema expuso las carencias de un dispositivo de poder donde predomina el terror a contradecir al líder y que entra en cortocircuito cuando un problema no se resuelve con el reflejo confortable de señalar a la desprestigiada clase política.

Por primera vez a Milei le tocó justificar un acto propio teñido de sospechas: ¿por qué había impulsado en las redes sociales un activo cripto que terminó mal y permitió que jugadores desconocidos ganaran cifras siderales en tiempo récord, a costa de un sinfín de desprevenidos? La reacción salió mal por partida doble. A los cabos sueltos que dejó su argumentación se sumó la imagen indecorosa de Santiago Caputo interrumpiendo una nota periodística para enmendar lo que el Presidente estaba diciendo.

La versión de Milei deja sobre todo un gran agujero lógico vinculado a su relación con Hayden Mark Davis, el joven texano que creó el fallido criptoactivo y a quien él había recibido en la Casa Rosada el 30 de enero. Si, como dijo en televisión, debe “levantar murallas” para filtrar mejor quién entra a verlo, si quedó involucrado injustamente en un negocio ruinoso, si Davis miente cuando dice que es asesor del Gobierno, ¿entonces por qué el Presidente no lo denunció ni le soltó la mano?

Es curiosa tanta prudencia en alguien que tiene gatillo fácil para acusar: basta ver el video viral del viernes con su enojo en la sede del BID, en Washington, porque el ringtone de una llamada a su celular interfirió en la transmisión por Instagram del discurso que pronunciaba. En el estrado, desde donde no podía ver quién era el incauto, dijo que “un imbécil malnacido” y “cabeza de pulpo” estaba marcándole a propósito para interrumpirlo. Mientras, los gurúes de su equipo de comunicación digital, a cargo del teléfono, se preguntaban al aire: “¿Vos sabés cómo se baja?”.

La mano de seda con Davis resulta sorprendente porque el muchacho se jacta de tener retenidos cerca de 100 millones de dólares rescatados de la operación $LIBRA, dice que son “de la Argentina” y que espera “instrucciones” del Gobierno. Es un muchacho que antes de todo esto no aparecía ni en Google. ¿Qué no podría haber conseguido un espía extranjero que se hubiera propuesto entrar al círculo fraternal?

Igual trato deferencial tuvo Milei con Mauricio Novelli, a quien aludió como “un tipo híper creativo” pese a ser quien facilitó el ingreso de Davis a la intimidad presidencial.

Hay sustancias explosivas que conviene no agitar. Davis es un personaje sin pasado público, cuyas verdaderas motivaciones intrigan a la dirigencia libertaria y que está a tiro de una investigación federal en Estados Unidos por haber perjudicado a miles de ciudadanos de ese país.

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“Todo pasa”

Por eso, después de cumplir la formalidad de que Milei justificara su conducta, la energía del oficialismo se concentró en demostrar que el escándalo no va a tener consecuencias reales sobre el plan económico. “Esto, en perspectiva, va a ser un bache apenas. La gente valora la baja de la inflación y la recuperación de la actividad que ya empieza a sentirse”, decía entre semana un funcionario de peso en la Casa Rosada. La doctrina de Grondona: “Todo pasa”.

El ministro de Economía, Luis Caputo, puso la cara antes que el propio Milei. “Cuando los sólidos fundamentals económicos no cambian, los ruidos eventuales de la coyuntura suelen ser vistos por los más experimentados como una oportunidad”, escribió en redes sociales.

Hacía falta algo más para que los mercados no magnificaran la crisis. La atención de los inversores estaba puesta en cómo las sospechas sobre los hermanos Milei podrían afectar la capacidad de control político de un gobierno que gestiona en minoría parlamentaria y que está camino a un proceso electoral decisivo.

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La maquinaria de la Casa Rosada se puso en marcha para influir sobre el resto del sistema institucional. Sobre todo, con los gobernadores dialoguistas, los senadores que los representan y los dirigentes del kirchnerismo con los que existen puentes de diálogo.

Las amenazas de un juicio político se diluyeron con la fuerza de su propia inconsistencia. Pero la posibilidad de que se aprobara en el Senado una comisión investigadora del caso podía disparar una señal de debilidad del Gobierno, de que le entraban las balas y perdía el manubrio con el que viene conduciendo un Congreso ajeno.

El oficialismo se anotó entonces un triunfo que se festejó como una revancha al cabo de la peor semana de la era libertaria. Una muestra de poder agrandada por el espectáculo legislativo que permitió ver el estado de degradación del orden político contra el que Milei combate.

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El símbolo de aquel éxito del Gobierno fue el senador Eduardo Vischi, el correntino que preside el bloque de la UCR. El miércoles firmó el proyecto de ley para crear la comisión investigadora del escándalo cripto, pero después fue el receptor principal de las presiones para retirarlo o postergarlo. Incapaz de convencer a todo su bloque de una voltereta que no dejara rastros, se resignó a que el tema se llevara al recinto. Al ser un expediente que no había pasado por comisión, requería una mayoría de dos tercios de los presentes para ser incluido en el debate. Vischi votó a favor del trámite de urgencia. Pero apenas 10 minutos después, cuando se sometió a consideración el contenido del proyecto, votó en contra.

Lo mismo hicieron otros cinco legisladores de la UCR que responden a los gobernadores Gustavo Valdés (Corrientes), Leandro Zdero (Chaco), Alfredo Cornejo (Mendoza), Maximiliano Pullaro (Santa Fe) y Rogelio Frigerio (que es de Pro, pero conduce a la senadora Stella Maris Olalla).

Es decir, a las 16:04 creían que era urgente discutir sobre la comisión investigadora y a las 16:14 se declararon en contra de constituirla. Entre una y otra votación no hubo discursos ni argumentaciones, solo un confuso intento de discutir los procedimientos por parte del jefe del bloque libertario, Ezequiel Atauche, y del presidente provisional del Senado, Bartolomé Abdala, que -como diría Milei- parecía no estar interiorizado de los pormenores del reglamento. El proyecto fue rechazado: faltó un solo voto para su aprobación con dos tercios del total de la Cámara (la mayoría que exige el reglamento para conformar una comisión investigadora).

Ninguno de los radicales explicó por qué cambió tan abruptamente de posición. ¿Se la jugaron a que no hubiera votos para habilitar el debate y así disimular su complicidad con el Gobierno? ¿O directamente engañaron a la otra mitad del bloque para habilitar la discusión y a punto seguido aniquilar el proyecto? O peor: ¿estaba todo guionado y cada uno sabía el papel que le tocaba jugar en cada momento? ¿Será por eso por lo que la sesión continuó sin que nadie alzara la voz?

En cualquier caso, resultó un sentido homenaje a Milei y su prédica antipolítica. El Senado quedó retratado como un mercado de votos, en el que las convicciones pueden valer menos que una $LIBRA. El radicalismo se exhibió como un partido sin alma, a merced de los intereses pasajeros de sus caciques provinciales.

Con ayuda de “la casta”

Milei volvió a actuar como el titiritero de “la casta”. Su equipo mostró con qué facilidad puede torcer la voluntad de los gobernadores, famélicos por el recorte de fondos nacionales. El Congreso opositor es todavía un cuchillo de madera. El kirchnerismo se mostró incapaz de articular una ofensiva sólida para meter el dedo en la llaga de Milei y terminó la semana zambullido en la batalla interna entre Axel Kicillof y Cristina Kirchner.

En plena tormenta, nada se interpuso en la voluntad del Gobierno de suspender las elecciones primarias.

El Pro no pudo ocultar sus divisiones. Mientras un grupo de dirigentes se apuró a inmolarse por la inocencia de Milei, Mauricio Macri se preocupó por resaltar la “gravedad” de lo sucedido con el cripto activo de la discordia. Santiago Caputo le tiró el camión encima cuando avaló que un funcionario de segundo orden acusara a Macri en el Congreso de sabotear la licitación de la Hidrovía. El expresidente no contuvo su furia con el asesor presidencial que sufre el “defecto de la excelencia” (Manuel Adorni dixit). La alianza electoral Pro-La Libertad Avanza asoma cada vez más quimérica. Será que Plutón entró en Acuario, como diría la legisladora Florencia Arietto.

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El único gesto al que –por prudencia- se vio obligado el oficialismo fue la postergación del tratamiento de los candidatos a la Corte. Ariel Lijo, por ahora, es el perdedor más famoso en el casino de $LIBRA.

La criptocrisis dejó en evidencia la desproporcionada centralidad de Milei en el escenario político actual de la Argentina. Una oposición desarticulada y un sistema de gobierno que premia la obsecuencia deja al Presidente muy expuesto a su peor enemigo: él mismo. Nadie impidió su traspié con empresarios de dudosa trayectoria al igual que nadie le advirtió un mes atrás que su discurso en Davos contra la diversidad sexual podría desatar protestas y afectar su agenda.

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Los primeros indicios posteriores al escándalo revelan que el poder sigue centralizado en los dos hermanos y en Santiago Caputo, que debió aceptar que lo critiquen Adorni y el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, por su irrupción en la entrevista televisiva, pero después fue incluido en la comitiva presidencial en Estados Unidos. “Ni loco lo saco”, transmitió Milei en privado, en un mensaje desprovisto de ironías.

La “muralla” de Milei seguirá siendo su hermana Karina, que lo acompañó a la conferencia trumpista en la que ganó likes y aplausos por regalarle una motosierra a Elon Musk. En ese Disney particular pudo ahogar las penas criollas: era puro sonrisas, no se sabe si en su papel de presidente, de economista o de influencer global. Tuvo un reencuentro con el mismísimo Trump, que le regaló elogios desde el atril.

Ante esas audiencias volvió, en términos futbolísticos, a su 4-4-2: resaltó sus logros con la inflación, defendió el ajuste del gasto público y se declaró enemigo del Estado. “Es peor que la mafia”, insistió.

Esbozó así la gran paradoja que encarnan este año los dos hermanos: ella como armadora y él como líder se proponen crear desde los entresijos del Estado un partido político destinado a acabar con el Estado. De momento ningún rival parece en condiciones de oponerles un límite. Pero el desafío es demasiado ambicioso para distraerse con los proyectos extravagantes de oportunistas cazadores de fortunas.

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