“Es tan verde que no parece real”, confiesa Carlos Roder, en su motocicleta cargada de alforjas con una gruesa capa de polvo, luego de conocer el lago Rivadavia y seguir viaje hacia Trevelin. La ruta de la aventura patagónica hacia el agua verde nace en la comarca andina del paralelo 42 donde la ruta 40 le cede protagonismo a la solitaria ruta 71 que faldea el valle del río Blanco y se interna en una tierra de leyendas con historias de cowboys, un templo budista y viajeros de todo el mundo que buscan las últimas tierras vírgenes.
“En la Patagonia la naturaleza imita el arte”, escribió Bruce Chatwin, el escritor inglés que viajó por estos caminos. En la Comarca las altas cumbres aún permanecen nevadas, mientras que en sus laderas y en la ruta todo está encendido: lupinos blancos y violetas contrastan con las retamas amarillas. De fondo, los diferentes tonos de verdes de la arboleda y el sotobosque. A la altura de El Hoyo, la ruta 40 es un mercado a cielo abierto. Todo es rico y todo es muy accesible. El camino es una postal en movimiento. En pizarrones se leen los tesoros que los productores ofrecen orgullosos: frutas finas, licores y vinos, morcillas, cerveza artesanal, mermeladas, frutos secos, truchas, cordero, fiambres y quesos. “Hacemos la mejor mermelada de frambuesa del país”, dice enfático Darío Gonzalez Maldonado, secretario de desarrollo económico de la municipalidad de El Hoyo. “Los visitantes pueden cosechar sus propias frutas”, cuenta Verónica Armida, de Latitud Sud Berries. Los frutos rojos son carnosos, frescos y dulces. La experiencia es divertida y se hace de diciembre a marzo, están en el km 1891 de la ruta 40. A 35 km de El Hoyo, el camino se eleva y en el km 1881, antes de llegar a Epuyén, un misterioso cartel llama la atención: “Samantabhadra”. Es una estupa budista tibetana, la más austral de Latinoamérica. Se ingresa por un camino de tierra floral y aromático. La belleza se origina en el silencio, la soledad es total y regocija. Un estacionamiento obliga a dejar el auto. Lo que viene necesita de toda nuestra atención. Solitario y escondido se ve este templo, profundamente blanco, rodeado de montañas y flores.
El camino hacia la estupa se hace caminando. Es de dificultad media, la entrada es libre y gratuita. A un costado del sendero se ven mástiles con escritos budistas, son 108. Los bosques de maitenes y coihues enmarcan el templo de 12 metros de altura que está hecho bajo un diseño de geometría sagrada, con simbolismos y una orientación específica según protocolos divinos. Fue inaugurado en 2011 y consagrado por monjes tibetanos. Dos familias donaron dinero para su realización. ¿Qué es una estupa? “Son monumentos espirituales que generan paz y tranquilidad”, aseguran desde su sitio web. También dicen que este lugar fue soñado por un “lama nepalí” Algunos curiosos se acercan, pero también practicantes del budismo. Ellos entonan mantras que están escritos en ruedas metálicas en la base de la estupa. “Es un lugar sagrado”, dicen. A un costado de la ruta 40, es soñado.
La ruta hacia los lagos color esmeralda
La ruta 71, el camino al agua verde, nace 7 kilómetros al sur de Epuyén. Aquí el paisaje cambia, los mallines se hacen presentes, las vacas se dejan ver pastando en praderas fértiles. “Estamos rodeados de agua”, cuenta Lelis Feü, secretaria de turismo y ambiente de la localidad que es capital nacional de asado: Cholila. “Es como una pampa patagónica», lo describió Chatwin, que se detuvo en este pueblo para conocer la historia de la “Wild Bunch” (“La Pandilla Salvaje”). “Son parte de nuestra historia”, dice Carolina Ruiz que, junto a su madre Nora Jalil, está al frente de La Legal, un bar temático a un costado de la ruta y a pocos metros del rancho donde vivieron los cowboys Butch Cassidy, Sundance Kid y Etta Place. Es el único bar sobre el far west norteamericano en nuestro país. Durante 1901 y 1905, los tres famosos ladrones de banco y pistoleros se presentaron con nombres falsos y tuvieron una vida “normal”. Venían de robar el correo de la Union Pacific, en Wyoming, alzándose con un botín con el que llegaron a Buenos Aires, abrieron una cuenta y compraron 600 hectáreas en Cholila.
“Wanted dead or alive $10.000”, se ve en el pedido de captura que cuelga en el bar. Cuando estuvo en Cholila, mientras se presentaba como un ganadero, Cassidy era el bandido más buscado de todo Estados Unidos. “Todos los querían”, dice Jalil. Solían hacer cenas y en una de ellas asistió el gobernador del territorio chubutense en esos años, Julio Lezana. Fueron grandes personajes y sobre los tres corrieron mil rumores. Sobre Etta Place (en el bar está su cama), se decía que tenía una belleza sin igual. También se dice que fue prostituta y que tenía un triángulo amoroso con Cassidy y Kid. Siempre viajaron juntos. Tenía varios dones, uno de ellos era el de subirse al caballo, sujetar las riendas con los dientes y disparar con su pistola. Un mito delata la naturaleza de los forajidos. Cuenta que cierta vez un gaucho fue a visitarlos y apareció su perro con un antebrazo humano en la boca.
La Agencia de Detectives Pinkerton envió a sus mejores hombres, pero ninguno pudo dar con ellos. Quizás aquel miembro humano que mordía el perro de la Banda haya sido uno de ellos, según cuenta Marcelo Gavirati en su libro Buscados en la Patagonia. La Legal es visitado por seguidores de esta historia de todo el mundo. Además, en sus estanterías se consiguen libros, remeras y toda clase de souvenirs de los bandoleros, también, excelente gastronomía. “Empanadas de cordero y sándwich de trucha ahumada”, cuenta Ruiz sobre los platos más pedidos. Este año estrenan un vino, el malbec Butch Cassidy y el alfajor del mismo nombre de dulce de leche con corazón de rosa mosqueta y whisky. “La ruta 71 es una gran ruta”, confiesa Ruiz.
Lezana (tiene el agua más cálida de todos), Carlos Pellegrini, Cholila y Rivadavia son los cuatro lagos que están en este tramo de la ruta. Todos tienen origen glaciar y aguas de tonos verdes. En todos también se pescan truchas con mosca. Cada uno tiene playas íntimas y poco concurridas. “Somos el portal de ingreso al Parque Nacional Los Alerces”, advierte Feü. “Los que vienen, llegan para acampar y por el color verde del agua, es increíble”, afirma Antonela Cleri, del camping agreste Bahía Solís, frente al lago Rivadavia. A 25 kilómetros de Cholila y ya dentro del parque nacional. El lago está rodeado de altas cumbres nevadas, por lo que rara vez se siente el viento. No hay electricidad, ni agua, en las 58 parcelas para acampar, sí en los lugares comunes y en el patio gastronómico. “Es solo para los que les gusta la tranquilidad”, afirma Cleri. Debajo de un árbol se ve una mesa, es la oficina de entrada al camping, territorio de lujos sencillos, no es necesario mucho más. Bahía Solis es apenas visible dentro del bosque, un cartel en la ruta, ya de ripio, lo señala para los viajeros, atentos a estas paradas que sólo se conocen dentro de la aventura. Se ven carpas y motorhomes, pero nadie se inquieta por apurar el día y, aunque no esté escrito, la incorruptible belleza obliga a hacer silencio. “Cada acampante tiene su playa”, agrega Cleri.
Los domos a cinco pasos del Lago Verde son una gran opción para desconectarse del mundo
2500 metros de costa cubierta de pequeñas piedras de colores combinados con la transparencia del agua del lago produce ilusiones ópticas. Bahía Solis tiene estampa de pura Patagonia: un bosque de lengas, alerces, arrayanes, y un sendero que es utópico y el más visitado, el que va hacia el río Rivadavia. “Podes ver las truchas”, dice Cleri, y nadie lo puede creer. El corazón de la ruta del agua verde se halla en este río. El contraste es idílico: las cortezas coloradas de los arrayanes que se abrazan unas a otras se funden con el agua esmeralda del río. Literal: se van peces y el fondo del lecho, con sus algas, piletones y ollas naturales. “Suele pasar que se ven pocos seres humanos”, aclara Cleri. El bosque invita a caminar y a meterse al agua con la única compañía de esos peces, las aves y los propios pensamientos. “Amasamos pan y hacemos pastas”, cuenta Cleri. También ofrecen pizzas, empanadas y hamburguesas. Hacen todo a la vista y sin secretos. El camping tiene un deck con una visión privilegiada al lago, que representa la consagración del escape del mundo moderno. Se venden quesos de la zona, frutas finas y productos locales. En este espacio hay conexión a una red de internet, la única en varios kilómetros. Aunque nadie recuerda la existencia de los celulares. “Te quedas mirando el agua verde”, suma Roder, quien sigue viaje con su moto hacia el lago Verde y de allí al pueblo de los dragones, Trevelin.
El bosque produce túneles naturales en la ruta 71, dejando Bahía Solis. Se debe transitar con precaución. El camino mastica las laderas de las montañas, y a veces suelen haber derrumbes. El agua está siempre presente. Vertientes, manantiales, y cascadas refrescan el polvoriento ripio. No hay señal en ningún tramo. La naturaleza dicta las reglas, lo que vale es estar atento, en algunas curvas hay poco espacio y las maniobras de manejo se reducen. Un precipicio boscoso acompaña y entre las ramas, aparece el agua verde del río Rivadavia. “Es una oportunidad para reconectar con uno mismo, con la naturaleza, y disfrutar de un estilo de vida simple pero enriquecedor”, confiesa Juan Manuel Capplonch, de Frontera Sur, staff del camping Lago Verde. Este espejo de agua diamantina desagua sus aguas en el océano Pacífico. El nombre elegido para bautizarlo le hace honor a su naturaleza. El camping está también dentro del Parque Nacional Los Alerces, que es patrimonio natural de la humanidad. Su diseño sigue el del bosque, tiene parcelas para carpas, espacios para motorhomes y domos a menos de cinco pasos del lago. Cada uno tiene una reposera. El relax es analgésico.
“Es desconectarse completamente de la rutina”, asegura Capplonch. Los domos están alrededor de arrayanes. Cada uno tiene una luz led, para la noche, aunque las estrellas la iluminan, reflejándose en la quietud del agua glacial. “Se trata sólo de ver las montañas, el bosque y oír el sonido del agua del lago”, agrega Capplonch. Una conexión Starlink asegura conectividad en la proveeduría. “Esto parece un cuento”, afirma Capplonch que dicen los visitantes cuando se encuentran con el lago y la coloración del agua. Los milenarios alerces, los elementos eternos y puros. El lenguaje de la naturaleza se expresa en detalles, como la cola de una trucha que juguetea en el agua y produce un movimiento orgánico que la ondula. Kayaks, trekking y avistaje de fauna son algunas de las actividades, aunque muchos sólo disfrutan la encantadora posibilidad de estar en uno de los últimos lugares vírgenes que quedan en el mundo.
Fuente: La Nación.
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