07/11/2025 06:29hs.
En medio de una crisis deportiva sin precedentes para Marcelo Gallardo como entrenador, no cuesta imaginar que lo que en la lógica del futbolero medio parece una pésima noticia, que es enfrentar a un Boca en alza en la Bombonera este domingo, sea visto como una oportunidad para el Muñeco.
Así pensó siempre MG, de un modo contracultural, uno de los rasgos que pueden identificarse perfectamente como uno de los secretos de su éxito en River: para el técnico, la ilusión por ganar siempre fue mucho más grande que el miedo a perder.
Algo que parece una obviedad pero que en el fútbol argentino hace muchos años es contraintuitivo y que Gallardo aplicó en su primer ciclo en todos los cruces más abismales contra el rival de toda la vida, especialmente en la final de las finales, un cruce que ningún hincha de River ni ningún hincha de Boca parecía dispuesto a tolerar en la previa justamente por esa sensación de falta envido histórico por el que quien perdiera cargaría con una cruz eterna. “Dámelo, a mí dame ese partido”, se entusiasmaba igual el deté, incluso sabiendo que en esos 180 minutos que luego fueron 210 también se jugaba la perspectiva de todo lo que ya había ganado, incluidos claro muchos superclásicos decisivos.
Esta vez, la visita a La Boca llega en un momento inédito, que ni siquiera es comparable con aquella final de la Supercopa en 2018, con un River desalmado que carga en la mochila toneladas de frustraciones que lo paralizan pero que también mostraron paralizado y sin norte al propio Muñeco en sus últimas decisiones.
Un proceso de caída por un tobogán que pone en jaque el futuro del entrenador: aunque todos, empezando por él mismo, esperaban que a esta altura del año ya estuviera definida su continuidad con un contrato sobre la mesa a 2029 por toda la gestión Di Carlo, el derrotero del equipo y la explosión de los hinchas hicieron que el propio MG empezara a reconsiderar lo que viene y pospusiera una decisión.
En ese sentido, la clasificación a la próxima Libertadores 2026, hoy seriamente comprometida, y el Súper de este domingo aparecen como ítems cruciales que están íntimamente relacionados. Porque si River tropieza en el Alberto J. Armando quedará con un pie y medio afuera de la CL26.
Del mismo modo, ganar el clásico puede representar un quiebre positivo para la recta final del año: tal vez ni siquiera eso alcance para sacar boleto a la fase de grupos de la Copa esquivando el incómodo repechaje, pero sí implicaría una renovación de energías para encarar los playoffs del torneo, para descomprimir el clima irrespirable de los últimos días y para estirar la propia leyenda del Muñeco contra los primos.
Son, de hecho, los superclásicos las únicas dos grandes alegrías que lleva este segundo ciclo, los dos focos de luz entre ya muchos cachetazos. Y son partidos que a Gallardo siempre le gustaron, torneos aparte en los que después del suplentazo de visitante el año pasado y el 2-1 de esta temporada con el golazo de Mastantuono de tiro libre el entrenador quiere seguir haciendo historia y achicando el historial hasta darlo vuelta.
Un triunfo al CABJ implicaría un hecho casi inédito, porque sólo una vez en toda la historia River encadenó tres victorias consecutivas en la Bombonera, entre 1975 y 1976. Ahora va dos, con aquel último 1-0 con gol de Lanzini y el 2-0 a domicilio de 2023, aún durante la era Demichelis.
Por supuesto que es un arma de doble filo, pero a esta altura del asunto, con un equipo sin reacción, parece más adecuado ir de punto a un juego contra Boca que volver a recibir en casa a un Riestra, Sarmiento o Gimnasia: en términos simbólicos, ya de por sí el compromiso es por peso específico un cambio de escenario, que puede levantar de la lona al ciclo o agudizar una caída que es cada día más dolorosa.

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Fuente: Olé.com.ar
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