Ayer fuiste medalla sin reverso
en el pecho del mapa.
Eran épicas páginas. La historia
repetida y el eco de las aulas,
los héroes del combate acartonados
y militares marchas.
Aquella que montó briosos corceles
al paso de las armas,
la de los montoneros y caudillos
lanzados a la carga.
Siempre la guerra, el ideal, la gloria
en expresión de patria.
Hoy vengo a despojar tus vestiduras,
a decir lo que guarda
tu esquiva intimidad y ese secreto
que duerme a tus espaldas.
Desde el umbral lejano en que amanece,
quiero abarcarte intacta,
señalar ancestrales alaridos
por vertientes de flechas y demandas,
hurgar en las raíces
esa ley que no explican las hazañas,
saber que por tus venas viaja un mundo
de tradición vernácula,
que devuelve en el eco de mangrullos
ese acento vital de las tacuaras,
inicio del milagro
por génesis de amor y horas amargas.
Y han de venir la espiga,
el horno, el delantal, las manos ásperas,
pausas de amor, el parto de los hijos,
-no importa de qué raza-
el compartido pan y el surco abierto
por el ámbito azul de la esperanza.
Así fue dado el fruto,
abonos del sudor y prietas lágrimas,
cuando la tierra arisca resistía
desde la entraña grávida.
Yo te vivo y te pienso
en la gravitación de tanto orgullo,
siento que me contagias
y no sabe mi sangre complacida
distinguir s e tu espíritu o tu alma.
También eres el tiempo y el trabajo,
la oficina y la fábrica,
el folklore y el arte que te expresan
con un nombre argentino donde vayan.
El libro que se escribe, el que leemos,
todo el tiempo de hacer, es de la patria.
Esta que digo, brota en la memoria
más allá del perfil de las estatuas,
esta que quiero y siento,
que anda acariciando mis palabras
subidas al amor hasta el deleite
de hoy y de mañana.
Todo te sabe a historia,
aún aquella que ronda a tus espaldas.
CARLOS ARGENTINO LOBOS